Entre la incredulidad y el miedo a la costumbre, asistimos día a día a la vergüenza del acoso, la descalificación e incluso la agresión de profesores por parte de alumnos. En apenas unos días hemos conocido dos casos de profesoras, una amenazada y acosada, y otra agredida.
Por paradójico que parezca, ni la amenaza ni la agresión parecen ser el mal mayor, sino la impotencia, la rabia, la soledad que ambas sienten. Su indefensión, la imposibilidad de realizar su trabajo, de mantener sus derechos, y la falta de apoyo, son más graves que las agresiones en sí, al menos en estos casos.
Porque un insulto, incluso una bofetada, siendo tan graves como para que esos alumnos pasen a disposición judicial, no dejan una herida tan profunda como la sensación de abandono por parte de la Administración e incluso de los propios compañeros.
Si ante semejantes hechos, no se nos cae la cara de vergüenza, damos un portazo en el colegio y nos plantamos de una santa vez, es que vamos a dar clase como el operario que cada día aprieta la misma tuerca en una fábrica. ¿Nos hemos vuelto insensibles? ¿Qué miedo hay para que organizaciones sindicales y de todo tipo se pongan de acuerdo para acabar con esta lacra?
No se dedica uno a la enseñanza por una nómina, por unas vacaciones, por una cierta seguridad en el empleo – así lo he creído hasta ahora-. Pero viendo estas escenas, por acción unas y otras por omisión, cada día estoy más convencido de encontrarme en un mundo en el que la supervivencia juega un papel importante. Y, desde mi agnosticismo, rezo cada día para no verme – otra vez-, en una de estas situaciones. Porque cuando lo sufres, nadie viene siquiera a preguntarme. Así nos va. Y luego dirán que somos un cuerpo dividido. Pues claro.
Comentarios
Yolanda dijo...
En Primaria también sabemos lo que significa una agresión verbal y los malos modos que algunos exhiben como único argumento. Yo tuve que soportar hace unos años las amenazas de unos padres cuyos tiernos vástagos se habían entretenido en apedrear mi coche. Pillados in fraganti, no sólo no lo reconocieron sino que sus papás les defendieron a capa y espada, salvo una madre que fue a pedirme perdón, llorando, por la acción de su hija. Los demás incluso amenazaron con denunciarme por "maltrato psicológico", tócate las narices, porque yo les denuncié previamente ante la Guardia Civil, que se presentó en sus domicilios para llevarlos a declarar al cuartelillo, y, claro, eso es un "trauma terrible" para un gamberrete de diez años. Tuve que retirar la denuncia para evitar males mayores y me pagaron la luna dañada, aunque eso me daba igual, yo quería ante todo darles un escarmiento y lo conseguí, al menos en parte. Pero así están las cosas: nos agreden y encima tenemos que pedir disculpas por hacer nuestro trabajo. En mi caso, un padre llegó a decirme que por qué había aparcado el coche tan cerca de la valla del colegio. Sin comentarios.
Un saludo.
20 de enero de 2010 21:31
Por paradójico que parezca, ni la amenaza ni la agresión parecen ser el mal mayor, sino la impotencia, la rabia, la soledad que ambas sienten. Su indefensión, la imposibilidad de realizar su trabajo, de mantener sus derechos, y la falta de apoyo, son más graves que las agresiones en sí, al menos en estos casos.
Porque un insulto, incluso una bofetada, siendo tan graves como para que esos alumnos pasen a disposición judicial, no dejan una herida tan profunda como la sensación de abandono por parte de la Administración e incluso de los propios compañeros.
Si ante semejantes hechos, no se nos cae la cara de vergüenza, damos un portazo en el colegio y nos plantamos de una santa vez, es que vamos a dar clase como el operario que cada día aprieta la misma tuerca en una fábrica. ¿Nos hemos vuelto insensibles? ¿Qué miedo hay para que organizaciones sindicales y de todo tipo se pongan de acuerdo para acabar con esta lacra?
No se dedica uno a la enseñanza por una nómina, por unas vacaciones, por una cierta seguridad en el empleo – así lo he creído hasta ahora-. Pero viendo estas escenas, por acción unas y otras por omisión, cada día estoy más convencido de encontrarme en un mundo en el que la supervivencia juega un papel importante. Y, desde mi agnosticismo, rezo cada día para no verme – otra vez-, en una de estas situaciones. Porque cuando lo sufres, nadie viene siquiera a preguntarme. Así nos va. Y luego dirán que somos un cuerpo dividido. Pues claro.
Comentarios
Yolanda dijo...
En Primaria también sabemos lo que significa una agresión verbal y los malos modos que algunos exhiben como único argumento. Yo tuve que soportar hace unos años las amenazas de unos padres cuyos tiernos vástagos se habían entretenido en apedrear mi coche. Pillados in fraganti, no sólo no lo reconocieron sino que sus papás les defendieron a capa y espada, salvo una madre que fue a pedirme perdón, llorando, por la acción de su hija. Los demás incluso amenazaron con denunciarme por "maltrato psicológico", tócate las narices, porque yo les denuncié previamente ante la Guardia Civil, que se presentó en sus domicilios para llevarlos a declarar al cuartelillo, y, claro, eso es un "trauma terrible" para un gamberrete de diez años. Tuve que retirar la denuncia para evitar males mayores y me pagaron la luna dañada, aunque eso me daba igual, yo quería ante todo darles un escarmiento y lo conseguí, al menos en parte. Pero así están las cosas: nos agreden y encima tenemos que pedir disculpas por hacer nuestro trabajo. En mi caso, un padre llegó a decirme que por qué había aparcado el coche tan cerca de la valla del colegio. Sin comentarios.
Un saludo.
20 de enero de 2010 21:31