Les molesta,
sí, les molesta que haya inconformistas. Y les molesta más que hagan patente
este inconformismo, sea mediante manifestaciones, protestas o, simplemente,
vestir tal o cual color en su camiseta. Les molesta y lo llaman “violencia”.
Olvidan que el derecho de manifestación no lo han inventado estos “violentos”
una mañana de abril, no; es un derecho recogido en nuestra Constitución.
Concretamente, en el art. 21 se dice:
1. Se reconoce
el derecho de reunión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no
necesitará autorización previa.
2. En los
casos de reuniones en lugares de tránsito público y manifestaciones se dará
comunicación previa a la autoridad, que sólo podrá prohibirlas cuando existan
razones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o
bienes.
Les molesta que los indignados con este
despropósito de modelo de gobierno, incumplidor de sus promesas electorales, se
reúnan para debatir o simplemente para mostrar su descontento. Tampoco lo
soñaron una noche de primavera, sino que está explícito en el art. 3 de LO
9/1983:
1. Ninguna reunión estará sometida al régimen de
previa autorización.
Al sentirse
molestos se revuelven en una sarta de argumentaciones creada a su imagen y
semejanza, evidenciando lo que interesa y obviando lo que desagrada,
convirtiendo sus discursos en meras tomas subjetivas de la realidad. Por eso
aluden a que estas corrientes sociales rechazan lo establecido, como si fuera
un pecado criticarlo por inútil e innecesario, pues lo que sirvió durante las
vacas gordas no ha de ser, necesariamente, la panacea cuando son las flacas las
que nos visitan.
Se critica al 11M y se les adjudica la complacencia de la
izquierda cuando jamás se han pronunciado en ningún sentido ideológico. Y se
critica que fueran apoyados por parados, ciudadanos descontentos… ¿Quién si no?
¿Acaso iban a tener el apoyo de la derecha, gobernando, o de la iglesia ocupada
en mejorar nuestra educación? Y se critica, también, que estas protestas
ocuparan un espacio importante en los medios de comunicación. Si tan poca
consideración les merece, ¿por qué les preocupa que aparezcan en los medios? ¿Tal
vez debería censurarse la actividad de estos grupos, penalizar la reunión de
más de cuatro personas o resucitar la “Ley de vagos y maleantes”?
Y, ahondando en
la divagación, menosprecian la labor de estos colectivos que “no tienen peso
ideológico” y “no aportan alternativa alguna”. Obvian, intencionadamente la
cuestión principal: ¿Por qué no aportan nada? Se lo diré, porque el hermético
sistema que sufrimos se lo impide. Y para ello mantienen listas cerradas,
diferentes baremos para la representación parlamentaria, y otras
particularidades a favor de un sistema más bipartidista que plural. Si tan
convencidos están nuestros gobernantes de sus virtudes, ¿por qué no dan un
primer paso abriendo las listas electorales para que elijamos libremente a
nuestros representantes mandando al pozo del olvido a corruptos e inmorales?
Cuando nuestra
Carta Magna supera de largo la mayoría de edad, aún hay rescoldos de una España
de charanga y pandereta que echa de menos tiempos pasados donde no cabía la
pluralidad, expresarse libremente y, sí, protestar ante la incoherencia. Esto,
llanamente, se llama libertad. Pero debe doler mucho leer esta palabra, como le
dolía al dictador chileno cuando la pronunciaba Víctor Jara- solo por eso
ordenó asesinarlo- o, sin ir más lejos, cuando Jarcha la cantaba aquí mismo a
los cuatro vientos.
Les molesta, critican y se lamentan de que banqueros y
políticos estén en el punto de mira. ¿Quién si no? ¿Acaso es culpable de esta
situación el funcionario que cumple sobradamente su horario, el autónomo que
paga sus impuestos o quien, de modo inexplicable, ha perdido sus ahorros? ¿Por
qué, entonces, se les penaliza restándoles derechos? ¿Por qué esa pérdida de derechos
revierte en el apoyo a quienes provocaron esta hecatombe? ¿No es una paradoja?
Deberían,
quienes predican más que dar que dar trigo, repensarse estas cuestiones; si de
verdad procede seguir, “porque siempre se ha hecho así”, apoyando a quienes nos
han demostrado su incapacidad; o, tal vez ponerse, en momentos tan delicados,
de parte de los débiles, marginados y estafados por un sistema que se ha
mostrado ineficaz para gestionar nuestros recursos.
Supongo que
entre quienes les resultan incómodos está la PAH, recientemente galardonada por
ser una "organización excepcional que lucha por
los valores europeos". Por eso, por ser reconocidos por el Parlamento
Europeo, han sido descalificados e insultados. ¿No es sobrepasar el absurdo?
Afortunadamente
no vivimos la época de Galileo, por lo que tendrán que asimilar la libertad de
expresión, de reunión y manifestación, perfectamente legítimas, en lugar de proponer
la hoguera para quienes, más allá de opinar diferente, dedican buena parte de
su tiempo a intentar cambiar algo este deslavazado mundo. En todo caso estoy
convencido de que, como aquel, mantendrían lo de “Epur si mueve”.
Javier S. Sánchez
Diario de Ávila