Hace un par de décadas vine aquí para ponerme enfrente de un grupo de chavales; a veces, muchas veces, al lado, para intentar imposibles. Esta es mi vida y cada día, ya ha llovido, lo celebro como el primero, cuando salía de mi primera clase con aquello de "¿Y además me van a pagar? " Será por eso que el Gobierno ha decidido hacerme un 5% más feliz.
El fin de curso llega el día, el minuto, en que se rompe esa mágica complicidad con una docena de chicos que no hace tanto pintaron su primer monigote. Y no les falta tanto para verse envueltos y dueños de un futuro que ven tan lejano como impropio ( en el sentido de que no les pertenece, en la segunda acepción de la RAE).
Por necesidad del guión, no por amor a la burocracia, hemos puesto al día el inventario del aula, ese que nuestro compañero revisará para saber de qué material se hace cargo el próximo curso; hemos redactado la memoria de ciclo, esa que inspección, el equipo directivo y los compañeros que se incorporen revisarán para tener en cuenta las propuestas presentadas; hemos puesto negro sobre blanco la memoria de especialistas, esta que señala de forma clara y concisa las dificultades para trabajar con determinados alumnos y que la administración considerará para ayudarnos a resolverlas; hemos, en fin, ocupado decenas de folios con informes, memorias del TIC, del PAT, del Plan de Convivencia, del Plan de Lectura..., porque confiamos en que quienes deben revisarlos y perfeccionarlos esperan con impaciencia tenerlos en sus manos para mejorar en algo esta historia.
Menos mal que vinimos a este mundo de la mano de maestros que, con menos papeleo y más entusiasmo, voluntad y recursos (por paradójica que parezca esta afirmación en la "Era de la Incomunicación"), fueron capaces de hacernos creer que había otra realidad. Y como seguimos creyendo en ello, así se lo contamos a estos chicos. Por si algún día sirve. Algo estamos haciendo mal y creo que tiene que ver con esta absurda burocracia y, al propio tiempo, con la ausencia de aquel entusiasmo, voluntad y recursos que tenía D. Julián y que a nosotros, medio siglo después, nos faltan.
Y un último pensamiento, aprovechando la coyuntura mundialista. Como le dijo aquel entrenador al portero: "Si no quieres no pares los balones que van dentro, pero al menos no metas los que van fuera".