domingo, 5 de mayo de 2013

Bocetos de voceros

Antes me causaban admiración, ahora perplejidad y náuseas. Llegados al punto de mirar con la misma incredulidad que vergüenza ajena a quienes tratan de vendernos lo negro por blanco, asistimos al concierto de palmeros que, además de participar de la teatralidad de los líderes de su equipo, se transforman en bocetos de sí mismos para ser altavoces de aquellos.


Su táctica, que no estrategia- requiere más cuidado-, es repetir los mantras de unos tótems que día tras día ejercen de bustos parlantes, quienes, con una frialdad que asustaría a los propios esquimales, repiten machaconamente su mentira al objeto de convertirla en verdad.

Estos bocetos, estos voceros, en algunos casos llegan a superarlos, pues no se conoce límite a su obstinación ni a su fanatismo.

Resulta que tenemos que admitir que un partido que se presenta a las elecciones con un programa, blanco sobre negro, no cumpla ni una de sus promesas. Y lo dicen sin inmutarse, sin hacer un solo gesto, como si la naturalidad y la artificialidad, piedra filosofal mediante, fueran una sola cosa.

El cacique de turno, con esa misma naturalidad-artificialidad, nos explicaba: “es que si no hubieran hecho esas promesas que sabían que iban a incumplir, no hubieran salido elegidos”. Y se quedó, como dicen en mi pueblo, tan “oreao”.

Supongo que, por el mismo razonamiento, asumirán que una campaña electoral de millonarios gastos deba tener lugar, aún cuando ya se da por supuesto que nada de lo que se nos dice tiene valor alguno.

¿A qué culpar, entonces, a la herencia, a la herencia de la herencia y al propio Viriato? ¿No tendrían en su día, por tanto, el mismo derecho a “las promesas están para incumplirlas”, a “puedo decir lo que me venga en gana porque haré lo que me parezca”? ¿Es que no se les puede pedir responsabilidades a unos y otros cuando se han ofrecido voluntariamente a servir a los demás? ¿Qué le queda a un ciudadano si otro ciudadano como él defiende que la mentira ha de ser necesaria para gobernar? Asumiendo estas premisas no resta más que el silencio: el silencio de la mordaza, el silencio del miedo, el silencio del tibio que, acomodado en su indiferencia, espera que vengan otros con más “mentiras necesarias” y “más incumplimientos justificados”.

La proliferación del eufemismo ha venido a encenagar sobremanera este escenario donde nada es lo que es y abarca todo tipo de farsa porque, oiga: “Y tú más”. Como si la argumentación pudiera basarse en esas tres palabras. ¿Podría alguien, imputado por un delito, presentarse ante el juez diciendo: “Mire, señor juez, Jack “El destripador” era peor, y Hitler, y Franco…” El juez replicaría: “¿Y qué?”

Responda cada uno de sus palabras, acciones y omisiones; dejen de ampararse en las del vecino, que ya responderá por las suyas. Dejen de perder el tiempo en buscar perífrasis y circunloquios para tratar de explicar lo inexplicable. Trabajen, como en su día prometieron, por el bien de los ciudadanos, especialmente de los más desfavorecidos. Busquen y encuentren medidas, asesores tienen que podrán aconsejarles, si solos no pueden, para salir de este pozo sin fondo en que nos encontramos, precisamente, por sus malas gestiones. No podemos aceptar que la solución se convierta en uno de los más graves problemas. Y si, como parece, no se consideran capaces de resolver los problemas, los de los demás- los suyos están resueltos-, pongan el intermitente y dejen paso a savia nueva. Alguien habrá en este país que sea capaz de resolver un sudoku de tan baja dificultad: cambio de la ley electoral, separación de poderes, ciudadanos iguales ante la ley, justicia para todos, recuperación de los derechos sociales, protección de los más débiles, sanidad y educación públicas, estado aconfesional. Así de sencillo.