sábado, 6 de marzo de 2010

los que cayeron del caballo

¿Dónde estaba escondida la crisis de valores? Veamos.

Hace algún tiempo, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que el monte era orégano, algunos cayeron del caballo e iniciaron su conversión. Nunca antes habian tenido un gesto para con los demás, nunca antes conocieron las palabras "solidaridad", "lucha"...Nunca antes se habían planteado estar en el lugar más inadecuado a sus actitudes y aptitudes. Sin embargo, y como no hacían ascos a nada y vieron una ventana abierta a la comodidad, se vendieron por un plato de lentejas al postor que les aseguró un puesto de trabajo a cambio de silencio. ¡Y no se les cae la cara de vergüenza a unos y otros!
Solo necesitaron apostar por los principios que les proponían, como podrían haber sido otros.
Ahora, con la mano derecha sabiendo lo que hace la izquierda, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, se convierten en adalides de causas en las que nunca creyeron.
El lunes llevan a sus hijos a catequesis y el martes se manifiestan por la escuela laica; el miércoles predican el evangelio y el jueves mangonean por doquier; el viernes se afilian a un partido y el sábado defienden el programa de otro. El domingo se manifiestan, de la mano de obispos o de  pobres, de derechas o de izquierdas, según la orden recibida. Y pretenden, en el colmo de la sinrazón, convertirse en ejemplo para las nuevas generaciones. Quienes alaban su hipocresía contribuyen a mantener esta especie que un buen día confundió su vocación, y otro, como San Pablo, cayó del caballo y descubrió que todo era más fácil. Bastaba con renunciar a su dignidad.

crisis de valores

Se dice, en los círculos más atrevidos, que esta no es una crisis económica sino una crisis de valores. Para que se produzca una crisis económica ha de existir, como poco, un desarrollo económico aceptable. En África jamás podrá generarse una crisis económica, ¡qué más quisieran! La crisis, nuestra crisis, es económica para quienes durante décadas se asentaron en el conformismo de los demás, en la complacencia social y en el orgullo propio. Y no puede adjetivarse de otro modo porque su fin fue exclusivamente el lucro por encima de todo y de todos. El resto, los mortales, ya sufría la crisis, pero lo hacia en silencio; consintiendo, aplaudiendo, tolerando, transigiendo y aguantando. Esta actitud, “tan educada”, les permitió sobrevivir mientras contribuían con sus impuestos, sus horas extras no cobradas, su parte de nómina “en negro” y sus facturas sin IVA a que el señor les diera palmaditas mientras engordaba su cuenta bancaria.
Con la vuelta a la realidad se han descubierto las vergüenzas de unos y otros. A los primeros tanto les da, pues hasta las crisis, a su medida, les mantiene en su trono dorado.
Para que haya crisis de valores, igualmente, han de existir valores. El enmascaramiento en un nivel de vida aceptable hacía pensar que manteníamos cierto orden social, educación, respeto. Y no, ha bastado un mínimo bamboleo para sacar a la luz la falta de principios. No hemos perdido valores, no existían. Las concesiones que permitieron la transición evidenciaban una intención clara de remontar el vuelo, lejos de autarquías. Sin embargo, algo debimos hacer mal cuando el monstruo ha despertado apenas treinta años después; ahora con nombre de capitalismo, pero con las mismas garras y la misma prepotencia. O nos planteamos en serio recuperar el diálogo plural, olvidándonos de los intereses particulares, o un segundo intento en falso puede rematar en caos.
Es curioso como puede trasladarse lo particular a lo general y viceversa. No puede haber orden en un país si dos personas son incapaces de ponerse de acuerdo siquiera en el color del cielo.