Tolerancia: Respeto o consideración hacia
las opiniones y prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras.
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua).
De
forma inmensa e intencionadamente sesgada, algunos voceros se están empeñando
en convertirse en adalides de la tolerancia; y aún más, se atreven a repartirla
a su conveniencia como mercaderes de tan alta virtud cual si la hubieran
heredado en su ADN.
Es
intolerante manifestarse; criticar a un gobierno que ha admitido no tener
remedio a tantos males que nos aquejan, por cuanto nos encomienda a la Virgen
del Rocío en asuntos laborales, considera “movilidad exterior” la emigración de
jóvenes e incumple una tras otra sus promesas electorales. A esto, a expresarse
libremente, a criticar una Ley de Educación que nace con fecha de caducidad-
como las siete anteriores-, a censurar la privatización de la sanidad, a señalar a un ejecutivo que lejos de aportar
ideas y presentar soluciones a nuestros problemas nos pide paciencia; a esto lo
llaman intolerancia.
Se
supone que, según estos adalides de la tolerancia, pensionistas, estudiantes,
profesores, mineros,…más de seis millones de parados, muchos de ellos sin
ningún tipo de prestación, deben tener paciencia; como deben tenerla quienes
han sido “desahuciados” – palabra prohibida-, de sus casas o quienes han
perdido sus ahorros. Debemos tener paciencia y perder derechos adquiridos
durante décadas, tener paciencia y perder poder adquisitivo, tener paciencia y
ver cómo la justicia ejerce su lentitud, se aplican indultos a capricho, se
otorgan trabajos bien remunerados a asesores nombrados a dedo o se contrata a
personal sin considerar los principios constitucionales de igualdad, mérito y
capacidad.
Somos
intolerantes si criticamos a quien sostiene que “las mujeres en mayor medida
abocadas al aborto en nuestro país son las de menor formación”. La tolerancia
debe ser – recordando peores tiempos- tener la posibilidad de abortar a
capricho en otro país, saltándose así a la torera nuestras leyes.
A
esto se le llama “intolerancia”, “acoso” y “descalificación”. Descalificación
es, concretamente, tachar a la nueva Ley de Educación de “segregadora”,
“clasista”, “retrógada”… Quienes esto afirman,
probablemente no tengan un familiar que mañana mismo abandonará su
carrera universitaria por no poder pagar las tasas. Posiblemente desconozcan
que esta “contrarreforma educativa” viene precedida de un anteproyecto que
carece de memoria económica; se eliminan los contenidos de Educación para la
Ciudadanía; se mantiene la religión como
oferta obligatoria para los centros educativos al tiempo que se obliga a cursar
otra materia al alumnado que no opte por esta materia- ¿qué delito han cometido
como para tener que ocupar sus horas porque sus compañeros - libremente- deseen
estudiar religión?
Y
sí, una ley segregadora y clasista, en cuanto clasifica al alumnado a los 11 o
12 años si no alcanza los objetivos de 1º de la ESO. Y tres nuevas vías, en las
que el alumnado debe optar por itinerarios cerrados: en 2º de la ESO, 3º de la
ESO y 2º de Bachillerato. La segregación, de ahí el calificativo, del alumnado
en función de su sexo nos acerca al siguiente adjetivo.
Sí,
retrógrada, pues si antes de ponerse en práctica ya se ha cargado sobre los
hombros del profesorado la culpa de esta mal llamada “crisis”, con la nueva ley
empeorarán – aún más- sus condiciones laborales. Si a esto añadimos el papel
que se quiere dar a los directores, más propio de una red empresarial que de un
centro público, y la posibilidad de trasladar de forma forzosa a los docentes,
bien merecido tiene este calificativo de retrógrada.
La
supresión de asignaturas, e incluso el Bachillerato de Artes Escénicas Música y
Danza, es otra de las ocurrencias de los padres de la nueva ley.
Pero
no, oiga; no proteste, no se manifieste, sea complaciente, sea sumiso,
obediente, disciplinado, resignado, dócil. Porque, en otro caso, pueden
tacharle de intolerante.
¿Y tú me lo preguntas? Como para
ir por la vida dando lecciones.
Javier S. Sánchez
Diario de Ávila