He leído un artículo titulado "El club de los poetas memos..., quiero decir, muertos- tenéis el enlace aquí al lado. Y se me ocurrió esto.
He visto la película más de veinte veces y podría citar de memoria varios fragmentos. Dicho lo cual, me parece un exceso hablar de “manipulación” y otras “-ciones”. Como película que es, necesita de una abstracción, pues difícilmente se puede resumir en noventa minutos toda una experiencia educativa como la que se pretende mostrar. Si no somos capaces de ver más allá de la sonrisa de Keating o de la bruma del bosque, pésima crítica se puede realizar.
¿En qué parte de la película se hace alusión al no-esfuerzo, a la no-autoridad…? Bien al contrario, se incide constantemente en estos valores. Recuerden la escena de la llamada…”de Dios”. Recuerden la reprimenda de Keating porque, precisamente, no han sabido comprender su mensaje.
¿Por qué la enseñanza ha de ser necesariamente aburrida, repetitiva y desmotivadora? ¿Creen que alguien puede hacer un Posgrado, en un aula sin pupitres ni sillas, sin libros…, de forma dinámica, motivadora, trabajando los contenidos de forma práctica…? Pues si, eso existe y desde hace muchos años. Claro que, ha de llover mucho antes de que llegue a nuestra Universidad, tan tradicional ella. Puede un chico de ESO aprender poesía sin necesidad de recitar de memoria “La vida es sueño”? ¿Puede aprenderla jugando con los versos, creando, relacionándola con otras áreas…? Y cuando llegue el momento, si tiene que aprenderse el monólogo de Segismundo,… ¿por qué no?
Considero que debemos aprovechar todos los recursos a nuestro alcance, y no limitarnos a un solo método. Eso es lo que yo, personalmente, veo en la película, que no hay que descartar nada; que en ningún caso debemos estar condicionados por los demás, que nuestra vida es nuestra y la felicidad no está en el número de títulos que tengamos en la pared ni en la cuenta bancaria (cada uno tiene sus valores). Más bien, nuestra felicidad, la de nuestros alumnos, va a estar en que hagan lo que realmente quieren hacer y en eso, sea lo que fuere, intenten ser los mejores. Esta misma tarde he estado montando con un grupo de chicos un escenario para la fiesta de mañana. Os aseguro que en este momento no hay nadie más feliz que ellos en todo el mundo. ¿Por qué he de atosigarlos con subordinadas de relativo o logaritmos neperianos si prefieren estar entre cables y máquinas y a buen seguro que serán grandes profesionales de la carpintería, o la mecánica…y además ganarán más que yo? Y seguro, que con esa disposición que tienen, jamás estarán en paro. Un empresario, yo si lo fuera, contrataría antes a una persona hábil, que disfruta con su trabajo, que produce, antes que a alguien con un currículum brillante que no es capaz de resolver un problema, que no tiene alternativas, que no ve posibilidades…Y eso, eso se aprende viviendo, experimentando, creando, inventando…Y eso, por ahora, la escuela no lo proporciona. Ya sabemos cómo generar problemas donde no los hay, ahora necesitamos profesionales que tengan otra opción, una mirada divergente ante los problemas. En educación también necesitamos personas así. Lo otro ya nos lo sabemos; y los que hemos vivido ambas “películas” entendemos que no se debe renunciar a nada.
Por cierto, pasados ya diez años del posgrado, sería capaz de recordar y explicar una buena parte de las cincuenta unidades de que constaba. ¿Por qué será que lo que experimentamos se fija mejor que lo que solamente memorizamos? Cuantos más sentidos ponemos en lo que hacemos, más y mejor lo asimilamos. Eso es lo que acierto a ver en la película, pero la subjetividad es libre y la parte que no se cuenta, que se intuye, cada uno es libre de interpretarla como quiera. Hay quienes no comprenden “El cabo del miedo” ( R. de Niro), porque se perdieron algo que no aparece en la película, y es lo ocurrió en los catorce años anteriores a los hechos que se muestran, y sin lo que no tiene sentido alguno. Si “El club de los poetas muertos” hubiera querido mostrar todo un método pedagógico, hubiera sido una serie de unos 200 capítulos. La mirada convergente nos deja en la anécdota, la divergente nos permite ver un poco más allá. Eso también se aprende en la escuela, si no te limitas a cantar la tabla de multiplicar, claro.
He visto la película más de veinte veces y podría citar de memoria varios fragmentos. Dicho lo cual, me parece un exceso hablar de “manipulación” y otras “-ciones”. Como película que es, necesita de una abstracción, pues difícilmente se puede resumir en noventa minutos toda una experiencia educativa como la que se pretende mostrar. Si no somos capaces de ver más allá de la sonrisa de Keating o de la bruma del bosque, pésima crítica se puede realizar.
¿En qué parte de la película se hace alusión al no-esfuerzo, a la no-autoridad…? Bien al contrario, se incide constantemente en estos valores. Recuerden la escena de la llamada…”de Dios”. Recuerden la reprimenda de Keating porque, precisamente, no han sabido comprender su mensaje.
¿Por qué la enseñanza ha de ser necesariamente aburrida, repetitiva y desmotivadora? ¿Creen que alguien puede hacer un Posgrado, en un aula sin pupitres ni sillas, sin libros…, de forma dinámica, motivadora, trabajando los contenidos de forma práctica…? Pues si, eso existe y desde hace muchos años. Claro que, ha de llover mucho antes de que llegue a nuestra Universidad, tan tradicional ella. Puede un chico de ESO aprender poesía sin necesidad de recitar de memoria “La vida es sueño”? ¿Puede aprenderla jugando con los versos, creando, relacionándola con otras áreas…? Y cuando llegue el momento, si tiene que aprenderse el monólogo de Segismundo,… ¿por qué no?
Considero que debemos aprovechar todos los recursos a nuestro alcance, y no limitarnos a un solo método. Eso es lo que yo, personalmente, veo en la película, que no hay que descartar nada; que en ningún caso debemos estar condicionados por los demás, que nuestra vida es nuestra y la felicidad no está en el número de títulos que tengamos en la pared ni en la cuenta bancaria (cada uno tiene sus valores). Más bien, nuestra felicidad, la de nuestros alumnos, va a estar en que hagan lo que realmente quieren hacer y en eso, sea lo que fuere, intenten ser los mejores. Esta misma tarde he estado montando con un grupo de chicos un escenario para la fiesta de mañana. Os aseguro que en este momento no hay nadie más feliz que ellos en todo el mundo. ¿Por qué he de atosigarlos con subordinadas de relativo o logaritmos neperianos si prefieren estar entre cables y máquinas y a buen seguro que serán grandes profesionales de la carpintería, o la mecánica…y además ganarán más que yo? Y seguro, que con esa disposición que tienen, jamás estarán en paro. Un empresario, yo si lo fuera, contrataría antes a una persona hábil, que disfruta con su trabajo, que produce, antes que a alguien con un currículum brillante que no es capaz de resolver un problema, que no tiene alternativas, que no ve posibilidades…Y eso, eso se aprende viviendo, experimentando, creando, inventando…Y eso, por ahora, la escuela no lo proporciona. Ya sabemos cómo generar problemas donde no los hay, ahora necesitamos profesionales que tengan otra opción, una mirada divergente ante los problemas. En educación también necesitamos personas así. Lo otro ya nos lo sabemos; y los que hemos vivido ambas “películas” entendemos que no se debe renunciar a nada.
Por cierto, pasados ya diez años del posgrado, sería capaz de recordar y explicar una buena parte de las cincuenta unidades de que constaba. ¿Por qué será que lo que experimentamos se fija mejor que lo que solamente memorizamos? Cuantos más sentidos ponemos en lo que hacemos, más y mejor lo asimilamos. Eso es lo que acierto a ver en la película, pero la subjetividad es libre y la parte que no se cuenta, que se intuye, cada uno es libre de interpretarla como quiera. Hay quienes no comprenden “El cabo del miedo” ( R. de Niro), porque se perdieron algo que no aparece en la película, y es lo ocurrió en los catorce años anteriores a los hechos que se muestran, y sin lo que no tiene sentido alguno. Si “El club de los poetas muertos” hubiera querido mostrar todo un método pedagógico, hubiera sido una serie de unos 200 capítulos. La mirada convergente nos deja en la anécdota, la divergente nos permite ver un poco más allá. Eso también se aprende en la escuela, si no te limitas a cantar la tabla de multiplicar, claro.