Las nuevas tecnologías han logrado lo que no se había conseguido en muchos años de transición o, como vemos en los países árabes, lo que era imposible de lograr por vías “democráticas”. Esta democratización que sí permite participar a todo el mundo, que sí permite opinar a cada momento y no cuando las normas -hechas a medida de los partidos, que no de los ciudadanos- dicten, va más lejos que cualquier propuesta de cualquier constitución.
Hay, por ahora, un pequeño impedimento o logro, según se mire: la falta de regularización. La posibilidad de acceder a los medios, -y a los mercados-, con inmediatez, de “desnudar” a quienes hasta ahora vivían en una placentera oscuridad, nos desvela el armazón de barro que soporta imágenes que muchos suponían brillantes.
Ahora, dudamos en elegir entre lo malo y lo malísimo; o peor, no dudamos. Cada día se nos revela con mayor nitidez la incapacidad de la clase política, de sus asesores y medios afines, para gobernar una nave que les es ajena, porque, no lo olvidemos, la política no es vocación, ni mucho menos.
La capacidad para afirmar- o votar- una cosa y su contraria, da muestras del grado de desfachatez de nuestros políticos. Eso sí, con nuestro consentimiento. ¿Cómo es posible que un diputado no acuda cada día a su trabajo?, ¿cómo es posible que a un representante de los ciudadanos le prescriban sus “supuestos” delitos?, ¿cómo es posible que un político gane en un solo día más que un jubilado en un mes?, ¿cómo es posible que la primera medida de muchos alcaldes tras ser elegidos, y con la que está cayendo, sea subirse el sueldo y, peor, no haya modo de impedirlo?
Podemos debatir hasta el día del juicio si son churras o son merinas, pero estas reflexiones tan evidentes y, por otra parte tan dócilmente asumidas, bien nos ayudarían a desenmascarar los verdaderos orígenes de la crisis. Porque la sumisión a los mercados es un pecado, venial para unos y mortal para otros, que hemos asumido todos, “el que esté libre…”, sin ser conscientes del riesgo adjunto. Y ahora lo pagamos, con creces.
La cuestión es la gestión o pasividad de quienes administran mis euros. ¿No les puedo pedir ninguna responsabilidad por su ostentación (aeropuertos, estaciones,…inservibles), para su mayor gloria –captación de votos-, y cuya inutilidad pagaremos todos durante años?
Por su parte, los medios, también se han visto desnudos. No se puede poner una vela a dios y otra al diablo. ¿Cómo es posible que no existan tertulias verdaderamente plurales, debidamente moderadas y con el objetivo- no ya de captar audiencia- sino de informar? La impresión que dan es que su objetivo es exactamente el contrario, que sigamos en la penumbra. Por eso cobran mayor importancia las nuevas tecnologías, que nos permiten opinar, criticar, aportar, denunciar…Y por eso, ahora que las máscaras ya no venden, vemos la desnudez del rey y aún peor, la nuestra.