De un tiempo a esta parte, paseando por al red, nos encontramos con una camarilla de salvadores de la patria que, por su condición de profesores, tratan de convertirse en adalides para salvarnos de la nefasta educación que todos sufrimos.
Dicho así, solo merecen nuestro halago y admiración por atreverse a abordar tamaña empresa, más cuando el conformismo y el contento en que habitamos, posibilitan nuestro permanecer impávidos ante tantos atropellos como sufre nuestra escuela.
Cualquiera diría, a juzgar por la ebullición de su sangre, que nos encontramos ante una nueva generación, que podríamos denominar “sí-sí”: sí que luchamos por lo que queremos y sí nos rebelamos contra los ultrajes a la educación. Podríamos pensar, lógicamente, que se trata de jóvenes, aunque sobradamente preparados, que se han echado al monte-como otros hicimos a temprana edad- para denunciar tantas y tantas ofensivas a nuestro sistema educativo. Los imaginamos escuchando a Jarcha y leyendo a Blas de Otero con una pasión desbordada.
Y no, no se trata de jovenzuelos luchadores, rebeldes, insumisos que siguiendo las leyes de comportamiento no hacen sino embarcarse en lo que les pide el cuerpo en ese momento, como a todos. No, se trata de una generación que mayormente supera los cuarenta, los cincuenta…que parece haber descubierto la piedra filosofal. De repente han despertado de un largo letargo para informarnos, mansa novedad, de que nuestro sistema educativo deja mucho que desear. Y uno, en esta tesitura, no sabe si aplaudir para complacerlos o llorar de pena ante espectáculo tan surrealista.
¿Cuál es su modus operandi? Rajar. Sí, rajar de todo lo que se mueva. Rajan del sistema, especialmente de la LOGSE, que no de la LOCE, y de todos sus hacedores; rajan del ministro de educación sea quien fuere, sobre todo si es de un partido lejano a la derecha, eso es coherencia; rajan de los equipos directivos que, al parecer no les dejan realizar su labor como quisieran; rajan de la inspección, de los psicólogos, de los pedagogos; de los cursos de formación, que no de los sexenios; de los alumnos, por supuesto, que les hacen la vida imposible; de teorías educativas varias; de los medios de comunicación; de los horarios, los recreos, las competencias, las tutorías, las asociaciones de padres, las nuevas tecnologías, los libros de texto,…
Vamos, que nadie querría encontrárselos a solas en un callejón oscuro. Por si fuera poco, se lamentan de haber escogido esta profesión y, también, rajan de quienes vocacionalmente así lo decidimos en su día. Han descubierto, ¡válgame el cielo!, a sus años, ese coraje que, presumiblemente derrocharon en su juventud. Nunca es tarde. Como quiera que llegan tarde a la rebeldía, no saben cómo encauzar tanto odio a cuanto se mueve en educación. Por eso rajan, rajan y rajan, y vuelven a rajar y seguirán rajando por los siglos de los siglos.
Intentan, más vale tarde que nunca, recuperar ese espíritu que movió al mundo a occidental a sublevarse hace ya algunas décadas, cuando aún estos nuestros salvadores no peinaban canas.
Si hubieran aprovechado aquellos maravillosos años para enfrentarse a la autoridad y apechar con las consecuencias; si hubieran renunciado a trabajos por dignidad; si hubieran rechazado trabajos por coherencia a las ideas que ahora venden pero nadie les compra; si hubieran plantado cara a un director, a un inspector, a alguien en toda su vida, no estarían perdiendo el tiempo en habladurías propias de patio de vecinos, ya se cite a Belén Esteban o al mismísimo Aristóteles.
Si por casualidad te cruzas con ellos, no te queda otra opción: dales la razón en todo, por estrambótico que te parezca, ya te digan que el paidocentrismo es una aberración o que empatizar con el alumno es propio de pederastas (no invento nada). Como no saben canalizar tanta energía, tensan el arco antes de divisar la diana, por eso yerran con tanta facilidad, equivocándose de enemigo continuamente.
Cuando el magisterio precisa de complicidad entre todos los que a él nos dedicamos; cuando no cabe hablar de diferencias en los métodos sino de coincidencias en las reivindicaciones; cuando es preciso delatar al enemigo común en lugar de enzarzarnos en discusiones bizantinas, la única propuesta de esta camada de sabios es rajar. Todos conocemos qué es lo que no les gusta del sistema: nada les gusta. Nadie conoce una sola propuesta para cambiar algo de algo del propio sistema.
Sea como fuere, es bueno que cuenten con nuestro apoyo, pues estas ocurrencias sacadas de nobles ideas del pasado solo venden en Egipto, Túnez, Libia…Ahora, gracias a mentes tan lúcidas, también en este país nuestro que, precisamente, no adolece de falta se salvadores patrios. Por si fuera poco, les verán anunciar el fin del mundo cada media hora y lanzar consignas como el insulto y la descalificación; eso cuando no invitan directamente a la violencia, que también.
¡Cuidémosles de los Idus de Marzo!, nunca mejor dicho.
Dicho así, solo merecen nuestro halago y admiración por atreverse a abordar tamaña empresa, más cuando el conformismo y el contento en que habitamos, posibilitan nuestro permanecer impávidos ante tantos atropellos como sufre nuestra escuela.
Cualquiera diría, a juzgar por la ebullición de su sangre, que nos encontramos ante una nueva generación, que podríamos denominar “sí-sí”: sí que luchamos por lo que queremos y sí nos rebelamos contra los ultrajes a la educación. Podríamos pensar, lógicamente, que se trata de jóvenes, aunque sobradamente preparados, que se han echado al monte-como otros hicimos a temprana edad- para denunciar tantas y tantas ofensivas a nuestro sistema educativo. Los imaginamos escuchando a Jarcha y leyendo a Blas de Otero con una pasión desbordada.
Y no, no se trata de jovenzuelos luchadores, rebeldes, insumisos que siguiendo las leyes de comportamiento no hacen sino embarcarse en lo que les pide el cuerpo en ese momento, como a todos. No, se trata de una generación que mayormente supera los cuarenta, los cincuenta…que parece haber descubierto la piedra filosofal. De repente han despertado de un largo letargo para informarnos, mansa novedad, de que nuestro sistema educativo deja mucho que desear. Y uno, en esta tesitura, no sabe si aplaudir para complacerlos o llorar de pena ante espectáculo tan surrealista.
¿Cuál es su modus operandi? Rajar. Sí, rajar de todo lo que se mueva. Rajan del sistema, especialmente de la LOGSE, que no de la LOCE, y de todos sus hacedores; rajan del ministro de educación sea quien fuere, sobre todo si es de un partido lejano a la derecha, eso es coherencia; rajan de los equipos directivos que, al parecer no les dejan realizar su labor como quisieran; rajan de la inspección, de los psicólogos, de los pedagogos; de los cursos de formación, que no de los sexenios; de los alumnos, por supuesto, que les hacen la vida imposible; de teorías educativas varias; de los medios de comunicación; de los horarios, los recreos, las competencias, las tutorías, las asociaciones de padres, las nuevas tecnologías, los libros de texto,…
Vamos, que nadie querría encontrárselos a solas en un callejón oscuro. Por si fuera poco, se lamentan de haber escogido esta profesión y, también, rajan de quienes vocacionalmente así lo decidimos en su día. Han descubierto, ¡válgame el cielo!, a sus años, ese coraje que, presumiblemente derrocharon en su juventud. Nunca es tarde. Como quiera que llegan tarde a la rebeldía, no saben cómo encauzar tanto odio a cuanto se mueve en educación. Por eso rajan, rajan y rajan, y vuelven a rajar y seguirán rajando por los siglos de los siglos.
Intentan, más vale tarde que nunca, recuperar ese espíritu que movió al mundo a occidental a sublevarse hace ya algunas décadas, cuando aún estos nuestros salvadores no peinaban canas.
Si hubieran aprovechado aquellos maravillosos años para enfrentarse a la autoridad y apechar con las consecuencias; si hubieran renunciado a trabajos por dignidad; si hubieran rechazado trabajos por coherencia a las ideas que ahora venden pero nadie les compra; si hubieran plantado cara a un director, a un inspector, a alguien en toda su vida, no estarían perdiendo el tiempo en habladurías propias de patio de vecinos, ya se cite a Belén Esteban o al mismísimo Aristóteles.
Si por casualidad te cruzas con ellos, no te queda otra opción: dales la razón en todo, por estrambótico que te parezca, ya te digan que el paidocentrismo es una aberración o que empatizar con el alumno es propio de pederastas (no invento nada). Como no saben canalizar tanta energía, tensan el arco antes de divisar la diana, por eso yerran con tanta facilidad, equivocándose de enemigo continuamente.
Cuando el magisterio precisa de complicidad entre todos los que a él nos dedicamos; cuando no cabe hablar de diferencias en los métodos sino de coincidencias en las reivindicaciones; cuando es preciso delatar al enemigo común en lugar de enzarzarnos en discusiones bizantinas, la única propuesta de esta camada de sabios es rajar. Todos conocemos qué es lo que no les gusta del sistema: nada les gusta. Nadie conoce una sola propuesta para cambiar algo de algo del propio sistema.
Sea como fuere, es bueno que cuenten con nuestro apoyo, pues estas ocurrencias sacadas de nobles ideas del pasado solo venden en Egipto, Túnez, Libia…Ahora, gracias a mentes tan lúcidas, también en este país nuestro que, precisamente, no adolece de falta se salvadores patrios. Por si fuera poco, les verán anunciar el fin del mundo cada media hora y lanzar consignas como el insulto y la descalificación; eso cuando no invitan directamente a la violencia, que también.
¡Cuidémosles de los Idus de Marzo!, nunca mejor dicho.