Me gustan las escuelas que huelen a tiza
y a cordones desatados;
me gustan las mañanas llenas de palabras
y de números que señalan
fechas, o manzanas, o besos.
El aula es verde y a veces sabe a menta
o a nada;
a veces se llena de inocentes que se buscan
entre cortinas de hielo,
o se vacía de sonrisas que duran
hasta el día siguiente.
La escuela también sabe:
sabe a miedos, sabe a despertar,
sabe a ternura, sabe a complicidad
cuando nos miramos de frente
y no bajamos la vista.
Y la escuela, sabe;
lo sabe todo de nosotros,
porque cuando salimos
con la mochila llena de “saberes”
y de sabores,
ella duerme;
y sueña con vernos, al día siguiente,
la misma cara adormecida
y el mismo deseo de vivir.
Javier
y a cordones desatados;
me gustan las mañanas llenas de palabras
y de números que señalan
fechas, o manzanas, o besos.
El aula es verde y a veces sabe a menta
o a nada;
a veces se llena de inocentes que se buscan
entre cortinas de hielo,
o se vacía de sonrisas que duran
hasta el día siguiente.
La escuela también sabe:
sabe a miedos, sabe a despertar,
sabe a ternura, sabe a complicidad
cuando nos miramos de frente
y no bajamos la vista.
Y la escuela, sabe;
lo sabe todo de nosotros,
porque cuando salimos
con la mochila llena de “saberes”
y de sabores,
ella duerme;
y sueña con vernos, al día siguiente,
la misma cara adormecida
y el mismo deseo de vivir.
Javier