No resulta difícil imaginarle paseando Portugalete a la sombra del inacabado templo herreriano, o sentado en un banco de Campo Grande. Quizás Quico, mientras echa pan a las palomas, le mira de reojo, con una media sonrisa entre pícara y complaciente; y Azarías, con la "Milana bonita" posada en su hombro, le saluda desde una vieja casa que se abraza a la Antigua como en un respiro agónico.
Delibes es el alma del castellano, quien supo darle vida desde los rincones más inóspitos. Recuperó las voces de los muertos y de los vivos, se adentró en la memoria universal sin abandonar su patria chica. Podemos ver en su mano, en su pluma, la Castilla que se recoge desde la montaña palentina al Valle del Tiétar, en todo su esplendor; la Castilla machadiana, unamuniana, la Castilla mística de Teresa y Juan de la Cruz, la Castilla recia y áspera, de ronco sonar y frío despertar; la Castilla amplia y cercada, abandonada y silenciosa, de músicas de raíz profunda y ritmos acompasados a "tempo" de la hoz o el golpe sobre la reja.
Se lleva Don Miguel un trozo de nosotros revivido en cada uno de sus personajes que, según dice, son usted mismo. Y en esa comunión nos alentamos para sobrevivir al futuro, porque si algo le debemos es su paso lento y su palabra cierta. Y le recordaremos como usted quiso, como un hombre bueno, que diría Machado, en el mejor sentido de palabra bueno.
Comentarios
xhandra dijo...
Qué hermosas palabras. Sin duda, don Miguel Delibes ha dejado en todos sus lectores una huella muy profunda. Qué lindo poder ser recordado de esta forma tan extraordinaria, ¿verdad? Un saludo.
14 de marzo de 2010 13:01