¿Dónde estaba escondida la crisis de valores? Veamos.
Hace algún tiempo, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que el monte era orégano, algunos cayeron del caballo e iniciaron su conversión. Nunca antes habian tenido un gesto para con los demás, nunca antes conocieron las palabras "solidaridad", "lucha"...Nunca antes se habían planteado estar en el lugar más inadecuado a sus actitudes y aptitudes. Sin embargo, y como no hacían ascos a nada y vieron una ventana abierta a la comodidad, se vendieron por un plato de lentejas al postor que les aseguró un puesto de trabajo a cambio de silencio. ¡Y no se les cae la cara de vergüenza a unos y otros!
Solo necesitaron apostar por los principios que les proponían, como podrían haber sido otros.
Ahora, con la mano derecha sabiendo lo que hace la izquierda, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, se convierten en adalides de causas en las que nunca creyeron.
El lunes llevan a sus hijos a catequesis y el martes se manifiestan por la escuela laica; el miércoles predican el evangelio y el jueves mangonean por doquier; el viernes se afilian a un partido y el sábado defienden el programa de otro. El domingo se manifiestan, de la mano de obispos o de pobres, de derechas o de izquierdas, según la orden recibida. Y pretenden, en el colmo de la sinrazón, convertirse en ejemplo para las nuevas generaciones. Quienes alaban su hipocresía contribuyen a mantener esta especie que un buen día confundió su vocación, y otro, como San Pablo, cayó del caballo y descubrió que todo era más fácil. Bastaba con renunciar a su dignidad.
Hace algún tiempo, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que el monte era orégano, algunos cayeron del caballo e iniciaron su conversión. Nunca antes habian tenido un gesto para con los demás, nunca antes conocieron las palabras "solidaridad", "lucha"...Nunca antes se habían planteado estar en el lugar más inadecuado a sus actitudes y aptitudes. Sin embargo, y como no hacían ascos a nada y vieron una ventana abierta a la comodidad, se vendieron por un plato de lentejas al postor que les aseguró un puesto de trabajo a cambio de silencio. ¡Y no se les cae la cara de vergüenza a unos y otros!
Solo necesitaron apostar por los principios que les proponían, como podrían haber sido otros.
Ahora, con la mano derecha sabiendo lo que hace la izquierda, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, se convierten en adalides de causas en las que nunca creyeron.
El lunes llevan a sus hijos a catequesis y el martes se manifiestan por la escuela laica; el miércoles predican el evangelio y el jueves mangonean por doquier; el viernes se afilian a un partido y el sábado defienden el programa de otro. El domingo se manifiestan, de la mano de obispos o de pobres, de derechas o de izquierdas, según la orden recibida. Y pretenden, en el colmo de la sinrazón, convertirse en ejemplo para las nuevas generaciones. Quienes alaban su hipocresía contribuyen a mantener esta especie que un buen día confundió su vocación, y otro, como San Pablo, cayó del caballo y descubrió que todo era más fácil. Bastaba con renunciar a su dignidad.
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