sábado, 6 de marzo de 2010

crisis de valores

Se dice, en los círculos más atrevidos, que esta no es una crisis económica sino una crisis de valores. Para que se produzca una crisis económica ha de existir, como poco, un desarrollo económico aceptable. En África jamás podrá generarse una crisis económica, ¡qué más quisieran! La crisis, nuestra crisis, es económica para quienes durante décadas se asentaron en el conformismo de los demás, en la complacencia social y en el orgullo propio. Y no puede adjetivarse de otro modo porque su fin fue exclusivamente el lucro por encima de todo y de todos. El resto, los mortales, ya sufría la crisis, pero lo hacia en silencio; consintiendo, aplaudiendo, tolerando, transigiendo y aguantando. Esta actitud, “tan educada”, les permitió sobrevivir mientras contribuían con sus impuestos, sus horas extras no cobradas, su parte de nómina “en negro” y sus facturas sin IVA a que el señor les diera palmaditas mientras engordaba su cuenta bancaria.
Con la vuelta a la realidad se han descubierto las vergüenzas de unos y otros. A los primeros tanto les da, pues hasta las crisis, a su medida, les mantiene en su trono dorado.
Para que haya crisis de valores, igualmente, han de existir valores. El enmascaramiento en un nivel de vida aceptable hacía pensar que manteníamos cierto orden social, educación, respeto. Y no, ha bastado un mínimo bamboleo para sacar a la luz la falta de principios. No hemos perdido valores, no existían. Las concesiones que permitieron la transición evidenciaban una intención clara de remontar el vuelo, lejos de autarquías. Sin embargo, algo debimos hacer mal cuando el monstruo ha despertado apenas treinta años después; ahora con nombre de capitalismo, pero con las mismas garras y la misma prepotencia. O nos planteamos en serio recuperar el diálogo plural, olvidándonos de los intereses particulares, o un segundo intento en falso puede rematar en caos.
Es curioso como puede trasladarse lo particular a lo general y viceversa. No puede haber orden en un país si dos personas son incapaces de ponerse de acuerdo siquiera en el color del cielo.

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