Con la vuelta a la realidad se han descubierto las vergüenzas de unos y otros. A los primeros tanto les da, pues hasta las crisis, a su medida, les mantiene en su trono dorado.
Para que haya crisis de valores, igualmente, han de existir valores. El enmascaramiento en un nivel de vida aceptable hacía pensar que manteníamos cierto orden social, educación, respeto. Y no, ha bastado un mínimo bamboleo para sacar a la luz la falta de principios. No hemos perdido valores, no existían. Las concesiones que permitieron la transición evidenciaban una intención clara de remontar el vuelo, lejos de autarquías. Sin embargo, algo debimos hacer mal cuando el monstruo ha despertado apenas treinta años después; ahora con nombre de capitalismo, pero con las mismas garras y la misma prepotencia. O nos planteamos en serio recuperar el diálogo plural, olvidándonos de los intereses particulares, o un segundo intento en falso puede rematar en caos.
Es curioso como puede trasladarse lo particular a lo general y viceversa. No puede haber orden en un país si dos personas son incapaces de ponerse de acuerdo siquiera en el color del cielo.
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