Como cada año celebraremos el Día de la Paz. Como si fuera el único día del año que aún se nos permite hablar de valor tan importante. No obstante, y siguiendo unas extrañas normas político-gramaticales podremos decir “Sí a la paz”, y evitar cualquiera otra forma sintáctica que pudiera resultar sospechosa de qué sé yo.
Los colegios e institutos se llenarán de palomas blancas, de manos blancas, de fotografías de Gandhi y Rigoberta Menchu. Y haremos buenos propósitos de llevarnos bien, de no enfadarnos con los compañeros, de hacer el “paripé” y hacer ver que todo funciona bien, es decir, de una forma políticamente correcta.
En el otro extremo del mundo, se estará librando una guerra absurda de la que no conviene hablar. Igualmente, en decenas de países se estarán librando numerosos conflictos, que dejaron de ser noticia hace mucho tiempo. Porque lo que realmente interesa a quienes no aprendieron a disfrutar de su vida, es ocupar sus largos ocios en alcahuetear en la vida de los demás. Y claro, los medios también están sujetos al mercado, y el poderoso caballero de la oferta y la demanda dicta qué es y qué no es importante a los ojos del consumidor.
Este maquillaje de la realidad se ha convertido en algo habitual, incluso necesario. Teníamos pocas vendas, que además nos imponen otras que impidan ver tantos y tantos desaguisados sociales, porque la felicidad debe encumbrarse en la ignorancia, según los nuevos modos de esta sociedad.
Lavaremos nuestras conciencias en fecha tan señalada, como tenemos la ocasión de hacerlo cuando por ley se celebra el Día de los Derechos Humanos, tan venidos a menos, o el Día de la Música, tan aparcada en los planes de estudio. Pero habremos, en fin, sufrido la falsa catarsis que permite recordar durante un día y olvidar durante un año. Nos acercaremos a los medios para rescatar datos que justifiquen esta celebración, como si el mundo hubiera caído por arte de magia, en esta fecha, en una hecatombe. Pero, esas imágenes pasarán al olvido, como si el resto del año no existieran. Y celebraremos el que solo un día el mundo esté tan mal.
Según un informe de la ONU aportado por Routers: "Una niña que nazca hoy en Japón tiene una expectativa de vida de 85 años, mientras que otra nacida en Sierra Leona, seguramente, no sobrevivirá más allá de los 36 años". Otro estudio que aparece en la revista “Atapuerca” señala que: “Los grupos humanos del Pleistoceno no superaban los 50 años”. Pues bien, en tanto algunas regiones mundiales continúan en la Prehistoria, otras continúan en su particular evolución, o mejor involución, hacia una Prehistoria donde las mentes no alcanzan más allá del mando de televisión, la pantalla del móvil o el cronómetro del microondas.
A pesar de todo, y más en mitad de una campaña electoral, se nos intenta convencer de que todo esto son espejismos, que la realidad es otra, que verdaderamente el mundo está en paz, que las guerras son necesarias y las hamburguesas simbolizan el alto nivel de vida que nos asiste. Las mentiras se suceden, eso sí, pagadas por nosotros mismos con ese diezmo que, mal que nos pese, ya se pagaba en la sociedad egipcia, más tarde en nuestro pasado feudal y hoy, en otros términos, en el actual sistema político llamado democrático.
Sobrevolarán las palomas blancas sobre nuestras conciencias y quedaremos liberados. Brindaremos con cava y los ojos cerrados, para no tener que mirar los ojos de aquellos que no pueden brindar, y cuya liberación suele estar ligada a la amputación de sus miembros o a su propia muerte. Extraña paradoja a celebrar el Día de la Paz.
Observamos impasibles esa sucesión de estrategias encaminadas a encumbrar unas culturas sobre otras. Los analistas militares hablan sobre las formas más inteligentes de matar. Y en ello, implicados niños y adolescentes que nunca comprenderán el porqué de empuñar un arma.
Quizá las palabras de Kofi. A. Annan sean buen consejo: “usemos estas 24 horas –este breve período que esperamos sea relativamente tranquilo— para empezar un diálogo pacífico, que debería continuar en la Asamblea General, para promover un consenso global acerca de las amenazas dominantes a la paz y la seguridad en nuestro tiempo –y más que todo, que hacer frente a ellas.”
Pintémonos las manos de blanco, vuelen las palomas blancas, pero no intentemos desfigurar un mundo ya de por sí demacrado por la violencia, por las diferencias, por la injusticia. Hagamos patente esta realidad no hoy, sino día a día mientras haya una sola persona en el mundo empuñando un arma. No es día para eufemismos, sino para entresacar las palabras reales, duras y ciertas, los datos y la información a partir de los cuales podamos tomar verdadera conciencia de la situación mundial, y con esa referencia intentar dejar un mundo más justo y más habitable que el que hemos encontrado.
Hoy, como Martin Luther King aquel 28 de agosto de 1963, yo también tengo un sueño.