Puedes pasarte las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio como Alonso Quijano, puedes incluso desvelarte a altas horas de la madrugada, puedes asistir a cursos, a congresos, a la madre que parió a la educación...¿Y qué? Que cuando bajes a la realidad de tu aula, de tu ciclo, de tu claustro, de tu colegio...caerás del caballo como San Pablo. ¿Por qué me persigues? ¿Quo vadis? Preguntas que te reventarán los oídos y que creerás que son psicofonías para enviar a Iker Jiménez. ¿Para qué te preparas si ante un problema, o muchos, concreto no tienes posibilidad de poner en marcha lo aprendido, lo vivido, lo trabajado? Demasiados impedimentos para que, vaya paradoja, puedas hacer tu trabajo. ¿A quién le molesta que trabajes?, ¿Y que trabajes más horas?, ¿Y que dediques horas de tu tiempo al colegio? Pues parece que sí. Los problemas deben existir porque siempre estuvieron ahí, y no se te ocurra proponer soluciones. Tu eres un atrevido, y además te puedo señalar con el dedo. ¡Cuidadín!
Recuerdo el cuento de aquel camellito que preguntaba a su mamá: ¿Por qué tenemos las piernas tan largas? Para poder caminar por el desierto. ¿Y las pestañas tan grandes? Para proteger nuestros ojos de la arena. ¿Y la joroba? Para aguantar sin beber durante días. Entonces, dijo el camellito, ¿qué narices hacemos en el zoo?
Toc, toc...¿se puede? No.