domingo, 11 de octubre de 2009

Ya sé todos los cuentos...

El problema de la educación es que muchos de los que sobre ella opinan lo hacen de oídas, como hablan de fútbol o de programas del corazón. Lo que hacen unos, otros se encargan de derribar. Así asistimos cada cuatro años a una nueva puesta en escena, donde parece que a alguien le preocupe algo el panorama educativo. Los resultados demuestran que no. Hace unos días lanzó el guante el Ministro de Educación; lo recogió el Rey y, poco después, el Presidente del Gobierno, con lo que se aviva la esperanza de trabajar en pos del consenso propuesto y tantas veces demandado. Pero no, no nos engañemos: la educación no interesa, no da votos y, en todo caso, son demasiados los intereses políticos como para ceder en tan magna tarea, fundamentalmente en todo lo relacionado con la religión, como se ha demostrado en numerosos debates, donde lo realmente importante pasa a un segundo plano. No, no nos cuenten cuentos, “ya nos sabemos todos los cuentos” (León Felipe). Y las palabras huecas de quienes hace más de una década que no pisan un aula o que jamás la han pisado, no ayudan nada a mejorar la situación. Cuando se deciden a aportar su granito de arena nos salen con ocurrencias como lo de la tarima o poner enfermeros y policías en los centros. O los que opinan que todo funciona perfectamente y no hay problemas. ¡Y se quedan tan anchos! Luego vienen PISA y otros estudios y nos dan en los morros. Pónganse en tarea, bajen a la realidad, escuchen al profesorado; todo es más fácil, muchos asuntos se resolverían con solo querer hacerlo, y otros con un poquito de interés y algo- no mucho- de esfuerzo; desde la pérdida de poder adquisitivo del profesorado (ya hemos perdido la cuenta de los porcentajes), hasta asuntos de prevención, seguimiento de bajas, reconocimiento social con actividades que de verdad lleguen, y un sinfín de reivindicaciones que duermen en los archivos esperando que alguien se decida a airearlas. En fin, palabras huecas que no sé si a alguien le servirán de algo. A mí, personalmente, no. ¿Pero, cómo vamos a creer una sola palabra de lo que diga una persona que predica una cosa y hace otra diferente? ¿Cómo puedo creer a alguien que me pide que apoye la Escuela Pública mientras lleva sus hijos a la privada? ¿Cómo creer a quien me pide que apoye la religión fuera de la escuela cuando sus hijos asisten puntualmente a la catequesis?. Es curioso, pero hay personas capaces de mantener una cosa y la contraria, y defienden ambas con tal pasión que hasta ellos mismos se convencen. Ya conocemos (los ejemplos son numerosos) las opiniones de corto recorrido que no soportan una mínima argumentación, porque en cuanto se plantea un problema que no obedezca a la rutina diaria hacen aguas por todas partes. Alguien debe abrir un debate donde tengan cabida todas las opiniones, especialmente las de quienes están día a día a pie de aula y de patio. Quizá se sorprendan de lo que oigan. O, quizá, por eso, nadie se atreve a destapar la caja de Pandora. Se vive bien así.
* Publicado en diariodeavila.es

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