Nuestros alumnos se aburren, y lo dicen. Y mientras lo digan algo habremos hecho bien. Aún les queda ese rescoldo de rebeldía en medio de una sociedad blanda, abúlica y pusilánime. En su haber debemos anotar una crítica que pretende dar un toque de atención sobre nuestros métodos, más cuando vemos cómo nos sobrepasa la demanda de una enseñanza más adecuada al siglo XXI.
La sociedad que nos toca vivir no facilita mucho las cosas. Los que tuvimos la suerte, y digo bien por lo que nos ha aportado a nuestro curriculum vitae personal, de pasar el Rubicón del 75- incluso tenemos en la retina alguna carrera delante de los “grises”-, echamos de menos esa rebeldía aderezada con dosis de madurez.
Joseph Ramoneda, periodista, lo llama totalitarismo de la indiferencia, y Gandhi hablaba del “silencio de la gente buena”. Nuestros gobernantes han conseguido, con ayuda de la Constitución del 78 y numerosas leyes hechas a medida que la contradicen sobremanera, ajustar el modelo social a sus necesidades e intereses con guante blanco o negro según los casos. Naces y ya eres de derecha o izquierda como eres del Madrid o del Barça. Y ellos, los que nos des-gobiernan, tan felices viendo cómo disfrutamos del “pan y circo” en tanto ellos disfrutan del “pan y chuletas”, del “circo y el teatro”.
¿Cómo hemos llegado a este estado de pasividad?, ¿Por qué cuando alguien da un puñetazo en la mesa se convierte en culpable?. ¡Qué bueno es quien calla! Estamos rodeados de personas buenas: incompetentes, barriobajeros, hipócritas, rastreros e indeseables. ¡Pero qué buenos son los que callan! Hasta que alguien los delata y, entonces sí, entonces claman al cielo; porque es más grave que alguien les deje con las vergüenzas al aire que el andar por la vida tapándose únicamente con su silencio cómplice. A lo peor, algunos tienen en sus manos la educación de una generación que, gracias a dios, les sobrepasa.
La sociedad que nos toca vivir no facilita mucho las cosas. Los que tuvimos la suerte, y digo bien por lo que nos ha aportado a nuestro curriculum vitae personal, de pasar el Rubicón del 75- incluso tenemos en la retina alguna carrera delante de los “grises”-, echamos de menos esa rebeldía aderezada con dosis de madurez.
Joseph Ramoneda, periodista, lo llama totalitarismo de la indiferencia, y Gandhi hablaba del “silencio de la gente buena”. Nuestros gobernantes han conseguido, con ayuda de la Constitución del 78 y numerosas leyes hechas a medida que la contradicen sobremanera, ajustar el modelo social a sus necesidades e intereses con guante blanco o negro según los casos. Naces y ya eres de derecha o izquierda como eres del Madrid o del Barça. Y ellos, los que nos des-gobiernan, tan felices viendo cómo disfrutamos del “pan y circo” en tanto ellos disfrutan del “pan y chuletas”, del “circo y el teatro”.
¿Cómo hemos llegado a este estado de pasividad?, ¿Por qué cuando alguien da un puñetazo en la mesa se convierte en culpable?. ¡Qué bueno es quien calla! Estamos rodeados de personas buenas: incompetentes, barriobajeros, hipócritas, rastreros e indeseables. ¡Pero qué buenos son los que callan! Hasta que alguien los delata y, entonces sí, entonces claman al cielo; porque es más grave que alguien les deje con las vergüenzas al aire que el andar por la vida tapándose únicamente con su silencio cómplice. A lo peor, algunos tienen en sus manos la educación de una generación que, gracias a dios, les sobrepasa.
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