“Cada vez que un Ayuntamiento coloca una estatua en una rotonda, Rodin, Miguel Ángel y Bernini torturan a un gatito”.
lunes, 9 de enero de 2012
del "bibe" al botellón
Un buen día, aprovechando las vacaciones, la mamá al volante conduce a toda la familia por la carretera de Valencia en busca de la playa. De repente, a la altura de Arganda, vigilando al tres ejes que viene detrás, descubre en el retrovisor a su hijo sentado en el asiento trasero. No hace tanto, "nuestras horas son minutos...", iba en su sillita homologada dándole alternativamente al “bibe” y al chupete y, con los ojos como platos, descubriendo el paisaje. La mamá sonreía y el papá no cesaba de lanzarle lecciones de dicción: “Agua”, decía el padre y, como si el eco le devolviese distorsionada su voz, repetía el nene: “Aba”. Así kilómetros y kilómetros que, “bibe” a “bibe”, le hicieron saltar de la sillita y ahora va, como manda la ley –pero sobre todo las multas- sujeto por el cinturón de seguridad. La mamá se sorprende cada vez que mira al espejo, pues en lugar del “bibe”, su retoño quema millas dándole a una consola última generación – alguien se la habrá comprado-, luce algo de pelusa en el bigotillo y marca pelo en cresta según la moda. Reconoce a ese bebé que ya no es, y se “auto-inculpa” por lo que debió ser. Porque además de la consola, la cresta en el pelo y los pies encima del asiento, el chaval lleva en su mochila personal siete “cates” como siete soles. Siete de diez, el 70%. Y eso que hasta ahora había aprobado todo. ¡ Qué extraño! Algo falla, piensa, y se vanagloria de haber echado una buena bronca a ese profesor que, tan desocupado estaba, no cesó durante todo el curso de preocuparse por él, bien dándole cariño, bien corrigiendo su actitud, que tanto vale lo uno como lo otro. ¿Pero quién se ha creído que es para interesarse tanto por mi hijo? Con ganas se queda de dar la vuelta a la altura de Tarancón para decirle otras “cuatro” cosas. Le mira una y otra vez, con la excusa de vigilar al camión, y trata de averiguar qué ha pasado el último curso- como si no existiera espacio entre el “bibe” y la consola- para semejante fracaso. Porque, ¡no creo que sea tan grave que salga todas las tardes con los amigos - los sábados de botellón-, no respete las normas que “no” hay en casa, no duerma las horas suficientes, no desayune la mitad de los días, no tenga ni idea de cómo estudiar y para qué va a ir a esas plomizas charlas donde se enseña, no haga las tareas y nadie en casa sabe si las hace o no, no atienda en clase y no deje atender a los demás, no cuide sus cosas, no...!, ¡No creo que sea tan importante, señor profesor! Menos mal que para eso estamos los padres- el padre cabecea en el asiento del copiloto, ajeno a cuanto ocurre a su alrededor sin ser consciente de que su hijo hace tiempo que perdió el “bibe”- y le llevamos a la playa contra su voluntad ; pero hay que enseñarle a sacrificarse, y ¡ bien le vendrán unos días sin hacer nada para olvidarse de ese colegio donde no aprende nada bueno!¡Y a fe que lo vamos a conseguir! Y el próximo curso, antes de nada, le diré cuatro cosas a ese impresentable para que sepa cómo ha de tratar a mi hijo y así evitar el fracaso escolar, que solo es culpa de ese imbécil y, sobre todo, de Zapatero. ....(1 de septiembre, dos meses después) EL profesor se acerca a un taller mecánico que, ¡oh, sorpresa!, regentan los padres de la criatura; él como jefe de empresa y ella como administradora. Sin encomendarse a nadie, se acerca a la señora y le espeta: ¡Vengo a cambiar las ruedas delanteras, así es que más vale que me las dejen bien equilibradas y con la presión exacta. Para ello, les informo de que deben situar el coche en el elevador, aflojar los tornillos con la llave del 14, sacar los neumáticos viejos....!Cuando ha soltado su perorata, en los dos segundos que aprovecha para coger aire, le advierten a dúo:¡ A ver si va decirnos usted como tenemos que hacer nuestro trabajo!
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