martes, 25 de junio de 2013

Wertificación

           
Cada paso una escalera. No pasa día que no nos despertemos con un despropósito de parte de nuestra clase política, sea un asunto de corrupción, sea una metedura de pata, sea una salida de tono o de todo un poco.

            El ministro de educación, que se crece como un toro bravo ante la adversidad- dice-, se ha propuesto ser protagonista cada día, cada hora, cada minuto. Para ello se reinventa cada día a base de desbarros y contrasentidos que hacen ruborizarse a sus propios compañeros de partido.

            Su mejor logro ha sido poner en su propia contra a toda la sociedad, a todos los sectores educativos, en su afán de sacar adelante una ley de educación donde, precisamente, la educación es lo menos importante. Como siempre, el debate – por llamarlo de alguna manera- se reduce al papel de la religión en la escuela y el bilingüismo. Lo demás, palos de ciego sobre itinerarios que  no llevan a ninguna parte, recortes por doquier, apoyo a los conciertos y aconsejar a los estudiantes de la parte baja de la pirámide que, si no sacan un 6,5 de media, se dediquen a otra cosa. Porque si eres “hijo de papá”  no importa la nota media ni los suspensos, podrás hacer la carrera que desees y sin límite de tiempo. En cualquier caso, siempre tendrás la posibilidad de acceder a una universidad privada, también mantenida con recursos públicos y gracias a la santa madre iglesia, para cursar lo que desees sin condiciones.

            El ministro que pide un 6,5 a los estudiantes, es valorado con un 1,7 por los ciudadanos y hace caso omiso a las broncas y plantones que recibe, día sí día también. Igualmente, pasa por encima que muchos de nuestros políticos no superaron esa nota, y ahí están comiendo la sopa boba, con ocurrencias que escandalizarían a un niño de primaria. Desde el ministro de los “denesís” a la ministra del “sueldo en diferido” o un presidente que no entiende su propia letra, tenemos un plantel en el ejecutivo que clama al cielo, y una oposición que no sabemos a qué se dedica, mientras sufrimos a diario este bochornoso espectáculo.

            Ya está bien, señores. Tengan dignidad y convoquen elecciones pues nuestra paciencia no soporta tanta ignominia. Convoquen elecciones con listas abiertas para que nos gobiernen quienes nosotros deseemos, y no ustedes; retiren subvenciones a los partidos políticos, sindicatos e iglesias- que cada uno pague sus creencias e ideologías-; retiren de un plumazo a asesores, designados a dedo y subalternos varios que no han superado una prueba acorde a los principios de “igualdad, mérito y capacidad” como exige una democracia; respeten la separación de poderes para que podamos disfrutar de una justicia igualitaria. Cuando tomen estas medidas observarán cómo, por arte de birlibirloque, mejora nuestra economía, recuperamos derechos sociales perdidos y, sobre todo, viviremos en algo más parecido a una democracia.

            Y si no, habrán de asumir que este caos no es culpa del ciudadano, ni podrán seguir culpándonos de “vivir por encima de nuestras posibilidades”. Si consideran que poco más de 600 euros es un salario digno, intenten vivir un mes con ese sueldo; si consideran que una pensión de 400 euros es digna, es que su realidad se encuentra a años luz de la nuestra; si en sus principios sigue estando el uso del dinero de todos para sus coches de lujo, sus dietas irracionales y sus gastos varios, es que además de estar fuera de este mundo han creado uno a su imagen y semejanza en el pico de la pirámide, donde no están para servir a los ciudadanos sino para servirse a sí mismos.

            Rectifiquen, no esperen a que la sociedad en bloque se lo pida como al ministro Wert. Escuchen, salgan a la calle y presten atención al clamor de las personas dependientes, los niños que no saben si hoy comerán o no, en función de si hay comida en el banco de alimentos o en una organización benéfica. Una clase política sorda, enzarzada en absurdas discusiones no augura nada positivo ni a corto ni a largo plazo.

            Hay una generación de ciudadanos suficientemente preparados, capaces, sin intereses particulares, que bien podrían ocupar un puesto en un ayuntamiento, en un ministerio o en un centro educativo, como demuestran en el día a día en su trabajo e incluso ayudando a los demás de forma altruista, pero que no tienen posibilidad de acceder a esos cargos porque están ocupados por personas que han creado sillones a la medida de sus posaderas y, al propio tiempo, temen que al abandonarlo alguien se comporte como ellos. No se preocupen, nadie va a enviarles a galeras ni les va a echar en cara su incompetencia cuando se vayan. Es más aplaudirán su decisión y les permitirán seguir de una vida digna aunque no lleguen al 6,5, no ya en nota académica, sino en honradez y decencia.

                                                                                                                                                    Javier S. Sánchez

sábado, 15 de junio de 2013

Y, sin embargo, se mueve


            Les molesta, sí, les molesta que haya inconformistas. Y les molesta más que hagan patente este inconformismo, sea mediante manifestaciones, protestas o, simplemente, vestir tal o cual color en su camiseta. Les molesta y lo llaman “violencia”. Olvidan que el derecho de manifestación no lo han inventado estos “violentos” una mañana de abril, no; es un derecho recogido en nuestra Constitución. Concretamente, en el art. 21 se dice:

1. Se reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no necesitará autorización previa.

2. En los casos de reuniones en lugares de tránsito público y manifestaciones se dará comunicación previa a la autoridad, que sólo podrá prohibirlas cuando existan razones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o bienes.

            Les  molesta que los indignados con este despropósito de modelo de gobierno, incumplidor de sus promesas electorales, se reúnan para debatir o simplemente para mostrar su descontento. Tampoco lo soñaron una noche de primavera, sino que está explícito en el art. 3 de LO 9/1983:

1.       Ninguna reunión estará sometida al régimen de previa autorización.


             Al sentirse molestos se revuelven en una sarta de argumentaciones creada a su imagen y semejanza, evidenciando lo que interesa y obviando lo que desagrada, convirtiendo sus discursos en meras tomas subjetivas de la realidad. Por eso aluden a que estas corrientes sociales rechazan lo establecido, como si fuera un pecado criticarlo por inútil e innecesario, pues lo que sirvió durante las vacas gordas no ha de ser, necesariamente, la panacea cuando son las flacas las que nos visitan.

            Se critica al 11M y se les adjudica la complacencia de la izquierda cuando jamás se han pronunciado en ningún sentido ideológico. Y se critica que fueran apoyados por parados, ciudadanos descontentos… ¿Quién si no? ¿Acaso iban a tener el apoyo de la derecha, gobernando, o de la iglesia ocupada en mejorar nuestra educación? Y se critica, también, que estas protestas ocuparan un espacio importante en los medios de comunicación. Si tan poca consideración les merece, ¿por qué les preocupa que aparezcan en los medios? ¿Tal vez debería censurarse la actividad de estos grupos, penalizar la reunión de más de cuatro personas o resucitar la “Ley de vagos y maleantes”?

             Y, ahondando en la divagación, menosprecian la labor de estos colectivos que “no tienen peso ideológico” y “no aportan alternativa alguna”. Obvian, intencionadamente la cuestión principal: ¿Por qué no aportan nada? Se lo diré, porque el hermético sistema que sufrimos se lo impide. Y para ello mantienen listas cerradas, diferentes baremos para la representación parlamentaria, y otras particularidades a favor de un sistema más bipartidista que plural. Si tan convencidos están nuestros gobernantes de sus virtudes, ¿por qué no dan un primer paso abriendo las listas electorales para que elijamos libremente a nuestros representantes mandando al pozo del olvido a corruptos e inmorales?

             Cuando nuestra Carta Magna supera de largo la mayoría de edad, aún hay rescoldos de una España de charanga y pandereta que echa de menos tiempos pasados donde no cabía la pluralidad, expresarse libremente y, sí, protestar ante la incoherencia. Esto, llanamente, se llama libertad. Pero debe doler mucho leer esta palabra, como le dolía al dictador chileno cuando la pronunciaba Víctor Jara- solo por eso ordenó asesinarlo- o, sin ir más lejos, cuando Jarcha la cantaba aquí mismo a los cuatro vientos.

            Les molesta, critican y se lamentan de que banqueros y políticos estén en el punto de mira. ¿Quién si no? ¿Acaso es culpable de esta situación el funcionario que cumple sobradamente su horario, el autónomo que paga sus impuestos o quien, de modo inexplicable, ha perdido sus ahorros? ¿Por qué, entonces, se les penaliza restándoles derechos? ¿Por qué esa pérdida de derechos revierte en el apoyo a quienes provocaron esta hecatombe? ¿No es una paradoja?

             Deberían, quienes predican más que dar que dar trigo, repensarse estas cuestiones; si de verdad procede seguir, “porque siempre se ha hecho así”, apoyando a quienes nos han demostrado su incapacidad; o, tal vez ponerse, en momentos tan delicados, de parte de los débiles, marginados y estafados por un sistema que se ha mostrado ineficaz para gestionar nuestros recursos.

             Supongo que entre quienes les resultan incómodos está la PAH, recientemente galardonada por ser una "organización excepcional que lucha por los valores europeos". Por eso, por ser reconocidos por el Parlamento Europeo, han sido descalificados e insultados. ¿No es sobrepasar el absurdo?

             Afortunadamente no vivimos la época de Galileo, por lo que tendrán que asimilar la libertad de expresión, de reunión y manifestación, perfectamente legítimas, en lugar de proponer la hoguera para quienes, más allá de opinar diferente, dedican buena parte de su tiempo a intentar cambiar algo este deslavazado mundo. En todo caso estoy convencido de que, como aquel, mantendrían lo de “Epur si mueve”.
 
                                                                                                                                       Javier S. Sánchez
                                                                                                                                          Diario de Ávila

sábado, 8 de junio de 2013

Otra de gambassss....

"El Ayuntamiento de Valencia ha aprobado este viernes una moción para iniciar los trámites tendentes a la declaración del Santo Cáliz obrante en la ciudad como Patrimonio de la Humanidad."
Verdaderamente se nos está yendo la pinza para no volver jamás.Si no fuera por la que está cayendo en este país, deberíamos dedicar una rotonda a cada uno de nuestros políticos; a los imputados dos.
¿Será una revelación en hora de siesta? ¿Será una ocurrencia más para desviar la atención de la incapacidad de los mandamases para gestionar lo público? ¿O será una nueva operación de márketing, como aquello del Camino de Santiago -debería ser materia obligada en los estudios de publicidad-, o las fiestas varias que la iglesia se ha apropiado?
Así mismo, me pregunto si "esto" formará parte de los contenidos que la iglesia y la derecha española proponen para mejorar nuestra educación.
Antes de iniciar un solo trámite en ese sentido, deberían exigir a los políticos ocurrentes - además de un mínimo de prudencia-, la lectura de los Santos Evangelios; no vaya a ser que, como Pablo de Tarso, caigan del caballo cuando conozcan los Santos Griales que en el mundo son. Claro que, lo que no se les cae es la cara de vergüenza repartiendo cálices a diestro y siniestro, o "lignum crucis" de la ´Vera Cruz" que dan para un camión de cruces.
¿Pero cómo van a gestionar bien nuestros recursos si dedican la mitad de su vida a defenderse de sus fechorías y la otra a este tipo de lindezas?
A veces pienso que nos va mucho mejor de lo que sería posible si estas mentes se dedicasen de verdad a la política. Mi fe, o su ausencia, no me permite dedicar un solo segundo al Santo Grial, pero estoy convencido de que algún ángel de la guarda debe de haber para que no hayamos involucionado al paleolítio infertior. Estamos a tiempo.
                                                                                                                                                             Javier S. Sánchez

lunes, 3 de junio de 2013

Tolerancia

            Tolerancia: Respeto o consideración hacia las opiniones y prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras. (Diccionario de la Real Academia de la Lengua).

            De forma inmensa e intencionadamente sesgada, algunos voceros se están empeñando en convertirse en adalides de la tolerancia; y aún más, se atreven a repartirla a su conveniencia como mercaderes de tan alta virtud cual si la hubieran heredado en su ADN.

            Es intolerante manifestarse; criticar a un gobierno que ha admitido no tener remedio a tantos males que nos aquejan, por cuanto nos encomienda a la Virgen del Rocío en asuntos laborales, considera “movilidad exterior” la emigración de jóvenes e incumple una tras otra sus promesas electorales. A esto, a expresarse libremente, a criticar una Ley de Educación que nace con fecha de caducidad- como las siete anteriores-, a censurar la privatización de la sanidad,  a señalar a un ejecutivo que lejos de aportar ideas y presentar soluciones a nuestros problemas nos pide paciencia; a esto lo llaman intolerancia.

            Se supone que, según estos adalides de la tolerancia, pensionistas, estudiantes, profesores, mineros,…más de seis millones de parados, muchos de ellos sin ningún tipo de prestación, deben tener paciencia; como deben tenerla quienes han sido “desahuciados” – palabra prohibida-, de sus casas o quienes han perdido sus ahorros. Debemos tener paciencia y perder derechos adquiridos durante décadas, tener paciencia y perder poder adquisitivo, tener paciencia y ver cómo la justicia ejerce su lentitud, se aplican indultos a capricho, se otorgan trabajos bien remunerados a asesores nombrados a dedo o se contrata a personal sin considerar los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad.

            Somos intolerantes si criticamos a quien sostiene que “las mujeres en mayor medida abocadas al aborto en nuestro país son las de menor formación”. La tolerancia debe ser – recordando peores tiempos- tener la posibilidad de abortar a capricho en otro país, saltándose así a la torera nuestras leyes.

            A esto se le llama “intolerancia”, “acoso” y “descalificación”. Descalificación es, concretamente, tachar a la nueva Ley de Educación de “segregadora”, “clasista”, “retrógada”… Quienes esto afirman,  probablemente no tengan un familiar que mañana mismo abandonará su carrera universitaria por no poder pagar las tasas. Posiblemente desconozcan que esta “contrarreforma educativa” viene precedida de un anteproyecto que carece de memoria económica; se eliminan los contenidos de Educación para la Ciudadanía; se mantiene la religión como oferta obligatoria para los centros educativos al tiempo que se obliga a cursar otra materia al alumnado que no opte por esta materia- ¿qué delito han cometido como para tener que ocupar sus horas porque sus compañeros - libremente- deseen estudiar religión?

            Y sí, una ley segregadora y clasista, en cuanto clasifica al alumnado a los 11 o 12 años si no alcanza los objetivos de 1º de la ESO. Y tres nuevas vías, en las que el alumnado debe optar por itinerarios cerrados: en 2º de la ESO, 3º de la ESO y 2º de Bachillerato. La segregación, de ahí el calificativo, del alumnado en función de su sexo nos acerca al siguiente adjetivo.

            Sí, retrógrada, pues si antes de ponerse en práctica ya se ha cargado sobre los hombros del profesorado la culpa de esta mal llamada “crisis”, con la nueva ley empeorarán – aún más- sus condiciones laborales. Si a esto añadimos el papel que se quiere dar a los directores, más propio de una red empresarial que de un centro público, y la posibilidad de trasladar de forma forzosa a los docentes, bien merecido tiene este calificativo de retrógrada.

            La supresión de asignaturas, e incluso el Bachillerato de Artes Escénicas Música y Danza, es otra de las ocurrencias de los padres de la nueva ley.

            Pero no, oiga; no proteste, no se manifieste, sea complaciente, sea sumiso, obediente, disciplinado, resignado, dócil. Porque, en otro caso, pueden tacharle de intolerante.

¿Y tú me lo preguntas? Como para ir por la vida dando lecciones.
                                                                                                                  Javier S. Sánchez
                                                                                                                  Diario de Ávila