Cada
paso una escalera. No pasa día que no nos despertemos con un despropósito de
parte de nuestra clase política, sea un asunto de corrupción, sea una metedura
de pata, sea una salida de tono o de todo un poco.
El
ministro de educación, que se crece como un toro bravo ante la adversidad-
dice-, se ha propuesto ser protagonista cada día, cada hora, cada minuto. Para
ello se reinventa cada día a base de desbarros y contrasentidos que hacen ruborizarse
a sus propios compañeros de partido.
Su
mejor logro ha sido poner en su propia contra a toda la sociedad, a todos los
sectores educativos, en su afán de sacar adelante una ley de educación donde,
precisamente, la educación es lo menos importante. Como siempre, el debate –
por llamarlo de alguna manera- se reduce al papel de la religión en la escuela
y el bilingüismo. Lo demás, palos de ciego sobre itinerarios que no llevan a ninguna parte, recortes por doquier,
apoyo a los conciertos y aconsejar a los estudiantes de la parte baja de la
pirámide que, si no sacan un 6,5 de media, se dediquen a otra cosa. Porque si
eres “hijo de papá” no importa la nota media ni los suspensos,
podrás hacer la carrera que desees y sin límite de tiempo. En cualquier caso,
siempre tendrás la posibilidad de acceder a una universidad privada, también
mantenida con recursos públicos y gracias a la santa madre iglesia, para cursar
lo que desees sin condiciones.
El
ministro que pide un 6,5 a los estudiantes, es valorado con un 1,7 por los
ciudadanos y hace caso omiso a las broncas y plantones que recibe, día sí día
también. Igualmente, pasa por encima que muchos de nuestros políticos no
superaron esa nota, y ahí están comiendo la sopa boba, con ocurrencias que
escandalizarían a un niño de primaria. Desde el ministro de los “denesís” a la
ministra del “sueldo en diferido” o un presidente que no entiende su propia letra, tenemos un plantel en el ejecutivo que clama
al cielo, y una oposición que no sabemos a qué se dedica, mientras sufrimos a
diario este bochornoso espectáculo.
Ya
está bien, señores. Tengan dignidad y convoquen elecciones pues nuestra
paciencia no soporta tanta ignominia. Convoquen elecciones con listas abiertas
para que nos gobiernen quienes nosotros deseemos, y no ustedes; retiren
subvenciones a los partidos políticos, sindicatos e iglesias- que cada uno
pague sus creencias e ideologías-; retiren de un plumazo a asesores, designados
a dedo y subalternos varios que no han superado una prueba acorde a los
principios de “igualdad, mérito y capacidad” como exige una democracia;
respeten la separación de poderes para que podamos disfrutar de una justicia igualitaria.
Cuando tomen estas medidas observarán cómo, por arte de birlibirloque, mejora nuestra
economía, recuperamos derechos sociales perdidos y, sobre todo, viviremos en
algo más parecido a una democracia.
Y
si no, habrán de asumir que este caos no es culpa del ciudadano, ni podrán
seguir culpándonos de “vivir por encima de nuestras posibilidades”. Si consideran
que poco más de 600 euros es un salario digno, intenten vivir un mes con ese
sueldo; si consideran que una pensión de 400 euros es digna, es que su realidad
se encuentra a años luz de la nuestra; si en sus principios sigue estando el
uso del dinero de todos para sus coches de lujo, sus dietas irracionales y sus
gastos varios, es que además de estar fuera de este mundo han creado uno a su
imagen y semejanza en el pico de la pirámide, donde no están para servir a los
ciudadanos sino para servirse a sí mismos.
Rectifiquen,
no esperen a que la sociedad en bloque se lo pida como al ministro Wert.
Escuchen, salgan a la calle y presten atención al clamor de las personas
dependientes, los niños que no saben si hoy comerán o no, en función de si hay
comida en el banco de alimentos o en una organización benéfica. Una clase
política sorda, enzarzada en absurdas discusiones no augura nada positivo ni a
corto ni a largo plazo.
Hay
una generación de ciudadanos suficientemente preparados, capaces, sin intereses
particulares, que bien podrían ocupar un puesto en un ayuntamiento, en un
ministerio o en un centro educativo, como demuestran en el día a día en su
trabajo e incluso ayudando a los demás de forma altruista, pero que no tienen
posibilidad de acceder a esos cargos porque están ocupados por personas que han
creado sillones a la medida de sus posaderas y, al propio tiempo, temen que al
abandonarlo alguien se comporte como ellos. No se preocupen, nadie va a
enviarles a galeras ni les va a echar en cara su incompetencia cuando se vayan.
Es más aplaudirán su decisión y les permitirán seguir de una vida digna aunque
no lleguen al 6,5, no ya en nota académica, sino en honradez y decencia.
Javier S. Sánchez
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