domingo, 29 de enero de 2012

viernes, 20 de enero de 2012

El desprecio político al funcionariado


Contra la bajada salarial y el incremento de jornada en la función pública
El desprecio político al funcionariado

FRANCISCO J. BASTIDA CATEDRÁTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Con el funcionariado está sucediendo lo mismo que con la crisis económica. Las víctimas son presentadas como culpables y los auténticos culpables se valen de su poder para desviar responsabilidades, metiéndoles mano al bolsillo y al horario laboral de quienes inútilmente proclaman su inocencia. Aquí, con el agravante de que al ser unas víctimas selectivas, personas que trabajan para la Administración pública, el resto de la sociedad también las pone en el punto de mira, como parte de la deuda que se le ha venido encima y no como una parte más de quienes sufren la crisis. La bajada salarial y el incremento de jornada de los funcionarios se aplaude de manera inmisericorde, con la satisfecha sonrisa de los gobernantes por ver ratificada su decisión.

Detrás de todo ello hay una ignorancia supina del origen del funcionariado. Se envidia de su status -y por eso se critica- la estabilidad que ofrece en el empleo, lo cual en tiempos de paro y de precariedad laboral es comprensible; pero esta permanencia tiene su razón de ser en la garantía de independencia de la Administración respecto de quien gobierne en cada momento; una garantía que es clave en el Estado de derecho. En coherencia, se establece constitucionalmente la igualdad de acceso a la función pública, conforme al mérito y a la capacidad de los concursantes. La expresión de ganar una plaza «en propiedad» responde a la idea de que al funcionario no se le puede «expropiar» o privar de su empleo público, sino en los casos legalmente previstos y nunca por capricho del político de turno. Cierto que no pocos funcionarios consideran esa «propiedad» en términos patrimoniales y no funcionales y se apoyan en ella para un escaso rendimiento laboral, a veces con el beneplácito sindical; pero esto es corregible mediante la inspección, sin tener que alterar aquella garantía del Estado de derecho.

Los que más contribuyen al desprecio de la profesionalidad del funcionariado son los políticos cuando acceden al poder. Están tan acostumbrados a medrar en el partido a base de lealtades y sumisiones personales, que cuando llegan a gobernar no se fían de los funcionarios que se encuentran. Con frecuencia los ven como un obstáculo a sus decisiones, como burócratas que ponen objeciones y controles legales a quienes piensan que no deberían tener límites por ser representantes de la soberanía popular. En caso de conflicto, la lealtad del funcionario a la ley y a su función pública llega a interpretarse por el gobernante como una deslealtad personal hacia él e incluso como una oculta estrategia al servicio de la oposición. Para evitar tal escollo han surgido, cada vez en mayor número, los cargos de confianza al margen de la Administración y de sus tablas salariales; también se ha provocado una hipertrofia de cargos de libre designación entre funcionarios, lo que ha suscitado entre éstos un interés en alinearse políticamente para acceder a puestos relevantes, que luego tendrán como premio una consolidación del complemento salarial de alto cargo. El deseo de crear un funcionariado afín ha conducido a la intromisión directa o indirecta de los gobernantes en procesos de selección de funcionarios, influyendo en la convocatoria de plazas, la definición de sus perfiles y temarios e incluso en la composición de los tribunales. Este modo clientelar de entender la Administración, en sí mismo una corrupción, tiene mucho que ver con la corrupción económico-política conocida y con el fallo en los controles para atajarla.

Estos gobernantes de todos los colores políticos, pero sobre todo los que se tildan de liberales, son los que, tras la perversión causada por ellos mismos en la función pública, arremeten contra la tropa funcionarial, sea personal sanitario, docente o puramente administrativo. Si la crisis es general, no es comprensible que se rebaje el sueldo sólo a los funcionarios y, si lo que se quiere es gravar a los que tienen un empleo, debería ser una medida general para todos los que perciben rentas por el trabajo sean de fuente pública o privada. Con todo, lo más sangrante no es el recorte económico en el salario del funcionario, sino el insulto personal a su dignidad. Pretender que trabaje media hora más al día no resuelve ningún problema básico ni ahorra puestos de trabajo, pero sirve para señalarle como persona poco productiva. Reducir los llamados «moscosos» o días de libre disposición -que nacieron en parte como un complemento salarial en especie ante la pérdida de poder adquisitivo- no alivia en nada a la Administración, ya que jamás se ha contratado a una persona para sustituir a quien disfruta de esos días, pues se reparte el trabajo entre los compañeros. La medida sólo sirve para crispar y desmotivar a un personal que, además de ver cómo se le rebaja su sueldo, tiene que soportar que los gobernantes lo estigmaticen como una carga para salir de la crisis. Pura demagogia para dividir a los paganos. En contraste, los políticos en el poder no renuncian a sus asesores ni a ninguno de sus generosos y múltiples emolumentos y prebendas, que en la mayoría de los casos jamás tendrían ni en la Administración ni en la empresa privada si sólo se valorasen su mérito y capacidad. Y lo grave es que no hay propósito de enmienda. No se engañen, la crisis no ha corregido los malos hábitos; todo lo más, los ha frenado por falta de financiación o, simplemente, ha forzado a practicarlos de manera más discreta.

miércoles, 18 de enero de 2012

¿Una generación perdida?

blogs.publico.es/cartasdeloslectores

Frustración, indignación, decepción… Estos y otros adjetivos describen

a una generación de universitarios, con máster, posgrado,

idiomas, que empezaron a trabajar de mileuristas y ahora darían lo

que fuera por ese sueldo. Esa generación, que se siente engañada

por promesas no cumplidas después de decirnos: “Estudia, fórmate,

prepárate y tendrás un buen puesto de trabajo, un buen futuro...

blablablá”.

¿Qué más formación quieren? Empezamos desde cero una y otra

vez, siempre que se acaba nuestro contrato temporal y firmamos

otro en peores condiciones. Hemos sacrificado años de nuestra juventud

estudiando, luchando por un sueño y ahora sacrificamos

nuestras relaciones personales en busca de un empleo. ¿Qué más

tenemos que sacrificar? ¿Cuándo llegará el tiempo de esperanza a

mi generación, a la generación perdida?

MóniCa HiDaLgo
Público. Comentarios.

lunes, 16 de enero de 2012

causa sin rebeldes



A la bautizada “Generación NI NI” le sucederá sin duda la “Generación NA NA”. Se tratará de seres sin obligación alguna, con todos los derechos adquiridos y a quienes habrá que cantar una nana mientras se les cambia el pañal. Seres inertes, manos ocupadas en un teclado virtual, ojos fijos en una pantalla desde la que gestionarán su supuesta vida. Vivirán en cubículos oscuros, - las pantallas reflejan la luz-, y disfrutarán de innumerables hipotéticas fiestas. ¡Y serán felices! Felices en el sentido de felicidad creado desde que el conformismo se alistó entre nosotros.
La generación de los 80 es la denominada “Generación Y”, y no merece muchas líneas pues son un sí-es no-es indefinible. Habrá de pasar tiempo para conocer el alcance de su presencia, si es que la tuvieron alguna vez.
Antes, los nacidos en la década de los 60, somos la “Generación X”, incógnita que define perfectamente nuestra esencia y niega nuestra existencia. Sobrevivimos por el duro trabajo de nuestros padres y, lloramos mucho para superar sus miedos de posguerra. No estábamos preparados para asimilar sus carencias y tampoco para innovar sin que nos defenestrasen. Sencillamente se nos ignoraba.
Nos codeamos con los mejores, desde Gandhi hasta Ché Guevara, pasando por el propio Jesucristo o Bob Dylan, Los Beatles o la quinta del Buitre. Algunos, además, y por necesidades del guión, conocimos a Hesse, a Moliere e incluso a Hans Küng. Aprendimos a decir no, a costa incluso de perder trabajos, con tal de no tragar el caciquismo imperante, coletazos del antiguo régimen durante la transición. La confianza en nuestras capacidades lo permitía; sabíamos que más pronto que tarde la vida nos guardaba un sitio, el nuestro. Y negábamos, por ello, todo lo que no se acomodase a los valores que habíamos aprendido.
Nos llamaron de todo quienes preferían guardar sus talentos en lugar de luchar, invertirlos en su futuro. “Un día te vas a estrellar...”. Nos decían.
Daba miedo escuchar eso. Pero se nos pasó el día en que un camión realizó un adelantamiento y nos dejó su remolque apenas a un palmo de nuestro parabrisas. Descubrimos de repente que era más fácil estrellarse, sin eufemismos, contra un trailer alemán, a pesar de respetar las señales, que rebelándonos contra lo establecido.
Hoy somos – el verbo ser siempre estuvo peleado con el “tener”- lo que quisimos ser. Disfrutamos de lo que siempre quisimos hacer. Conocemos el significado de la palabra trabajo, y justicia, y solidaridad. Y los profetas apocalípticos, a estas alturas, todavía se atreven a darnos consejos: “Te vas a estrellar...”. Porque seguimos recomponiendo el mundo aunque nos llamen ilusos, porque, como decía Badem Powell, queremos dejar el mundo un poco mejor de como lo encontramos, queremos pasar por la vida y no que la vida pase por nosotros.
Nuestros alumnos absorben algo de esta quintaesencia que les transmitimos. Lo menos, pues el influjo mediático y la impunidad les protegen. En medio de una crisis galopante, con un futuro más que incierto, echo de menos esa rebeldía de la que aún guardamos rescoldos y que ni siquiera ha prendido en esta nueva generación apática, abúlica y triste. Por eso, cuando un alumno, casi nunca, viene a reclamarme algo, a protestar por algo, me reconozco en él y confío en que no corre horchata por sus venas. Incluso, si son sus padres quienes se rebelan, casi nunca, me queda la esperanza de que algo podrán inculcarle de ese espíritu inconformista y resignado.
Algún día, algún día nos estrellaremos por intentar imitar a nuestros referentes; algún día, algún atrevido alumno se estrellará por intentar imitarnos. Eso sí, antes tiene muchas oportunidades de hacerlo, sin eufemismos, contra un camión alemán cuyo conductor olvide mirar por el retrovisor.

domingo, 15 de enero de 2012

la deshumanización de la educación


En una escuela que más parecía una casona, D. Julián se las apañaba para enseñarnos los ríos y las regiones, los aeropuertos y la tabla de multiplicar. Él era el director de la escuela, el jefe de estudios, el secretario...Eso sí, por tanto empleo solamente cobraba un exiguo sueldo.
Bien es cierto, que sus métodos vistos desde la perspectiva que nos dan los tiempos y las nuevas pedagogías, no eran muy ortodoxos. Ahora bien, si queremos alimentar la polémica, bastará con recordar al lector que, mal que lo hiciera el viejo maestro, a fecha de hoy en una población de poco más de cien habitantes se cuentan, la mayoría en otros rincones, más de veinte maestros, además de empresarios, algún ingeniero...
Legislar sobre educación desde un despacho, además de ser tarea difícil, se nos antoja complejo e irreal. Así, contamos las Leyes de Educación por legislaturas, lo que sin duda obedece a intereses lejanos al ámbito educativo. La comunidad escolar se encuentra al albur del partido que gobierne. Cuando más necesario es un consenso en materia educativa, más lejos se vislumbra una ínfima posibilidad de alcanzarlo. Caballo de batalla en campaña electoral, después no da votos, la educación pertenece al reino del olvido el mismo día de celebrarse los comicios. Hay que esperar hasta cuatro años más para que la sociedad, e incluso los políticos que nos representan, tengan a bien dedicar, aún por interés partidista, unos renglones de sus mítines a la educación. El resto ya lo sabemos.
Las Comunidades Autónomas, con las competencias educativas transferidas, buscan recovecos para, a su manera, interpretar aquella Ley que se aprobó. Poco importa la singularidad de cada región, de cada provincia, para elaborar el calendario escolar, por ejemplo. Poco importa el desarrollo económico, social, para orientar el currículo a las necesidades, a la demanda. En definitiva, el mapa educativo se resume en dos colores que, ya no nos asombra, se corresponden con los de los dos partidos políticos que alternan en el poder.
Poco recorrido para los Centros, Sindicatos e incluso la propia Administración. La repetición de fórmulas, a veces descabelladas, se sucede por décadas sin que nadie ponga remedio. Y es que, esa inmovilidad la hemos asumido como algo normal; forma parte del paisaje y no hay modo de cambiarla.
No parece rece que el intento de S.M. el Rey en uno de sus mensajes navideños, incidiendo en "la necesidad de elevar la educación y preparación de nuestros jóvenes, cuyo compromiso con la sociedad es un activo insustituible.", sea estímulo para quienes no es que vivan fuera de la realidad sino que, sencillamente, viven otra realidad.
Esta democracia de listas cerradas permite la permanencia de muchas personas en cargos que bien merecen aire fresco. Eso sí, de no haber un cambio sustancial en todo el organigrama, más allá de la política, y una reforma del propio sistema educativo, casi es preferible que no se altere el modelo que todos hemos llegado a aceptar; más por resignación que por convencimiento.
Al parecer, nuevas Leyes tampoco solucionan viejos problemas. Y tampoco, quizá se pierda en el camino, consiguen plasmarse de forma eficiente en el día a día en lo que respecta a Innovación y Tecnología. La era de la comunicación está devorando viejas pedagogías, obsoletos métodos y anticuados recursos. La escuela no consigue avanzar a un ritmo demasiado ligero; la formación del profesorado no es suficiente para llegar a los nuevos mundos que se descubren cada día. Lo que ayer era última moda, hoy es pasado. Pero, si es complicado estar al día en los nuevos avances, más lo es aún compaginarlo con una educación personalizada y centrada en los valores humanos.
Es revelador el caso de una niña que, además de padecer leucemia, tiene que soportar la indiferencia de la sociedad. Cuando el artículo 27 de la Constitución nos garantiza a todos una "enseñanza obligatoria y gratuita", ella solamente recibe cuatro horas semanales de clase para avanzar en su 1º de Educación Secundaria. Algo falla.
Porque, a D. Julián se le pueden censurar sus métodos. Incluso esa fila encabezada por "el más listo de la clase" que hacía cada día. Pero jamás olvidaba en un rincón a un alumno enfermo.
Paseamos por las ciudades sorteando mendigos como si nada. Recibimos las cifras de la malaria como si nada. Y, como si nada, abandonamos a los alumnos que más nos necesitan. Eso sí, amparados por la Ley, que nos permite tranquilizar la conciencia ante semejante injusticia.
Porque esta niña sí que quiere hacer, quiere seguir estudiando, quiere seguir aprendiendo, quiere seguir viviendo desde sus 12 años este mundo, por inhumano que sea. Y, a buen seguro, que será su generación la que de una santa vez nos despierte de este letargo, donde solo importa el poder y consumir hasta el ahogo. Habrá que dar un aldabonazo en las mentes de los responsables de estos desaguisados para que salgan de sus despachos y miren cara a cara a la realidad, a la otra realidad, la que tan lejana les aparece. Aunque les duela. O no.

martes, 10 de enero de 2012

sin máscara

Las nuevas tecnologías han logrado lo que no se había conseguido en muchos años de transición o, como vemos en los países árabes, lo que era imposible de lograr por vías “democráticas”. Esta democratización que sí permite participar a todo el mundo, que sí permite opinar a cada momento y no cuando las normas -hechas a medida de los partidos, que no de los ciudadanos- dicten, va más lejos que cualquier propuesta de cualquier constitución.
Hay, por ahora, un pequeño impedimento o logro, según se mire: la falta de regularización. La posibilidad de acceder a los medios, -y a los mercados-, con inmediatez, de “desnudar” a quienes hasta ahora vivían en una placentera oscuridad, nos desvela el armazón de barro que soporta imágenes que muchos suponían brillantes.
Ahora, dudamos en elegir entre lo malo y lo malísimo; o peor, no dudamos. Cada día se nos revela con mayor nitidez la incapacidad de la clase política, de sus asesores y medios afines, para gobernar una nave que les es ajena, porque, no lo olvidemos, la política no es vocación, ni mucho menos.
La capacidad para afirmar- o votar- una cosa y su contraria, da muestras del grado de desfachatez de nuestros políticos. Eso sí, con nuestro consentimiento. ¿Cómo es posible que un diputado no acuda cada día a su trabajo?, ¿cómo es posible que a un representante de los ciudadanos le prescriban sus “supuestos” delitos?, ¿cómo es posible que un político gane en un solo día más que un jubilado en un mes?, ¿cómo es posible que la primera medida de muchos alcaldes tras ser elegidos, y con la que está cayendo, sea subirse el sueldo y, peor, no haya modo de impedirlo?
Podemos debatir hasta el día del juicio si son churras o son merinas, pero estas reflexiones tan evidentes y, por otra parte tan dócilmente asumidas, bien nos ayudarían a desenmascarar los verdaderos orígenes de la crisis. Porque la sumisión a los mercados es un pecado, venial para unos y mortal para otros, que hemos asumido todos, “el que esté libre…”, sin ser conscientes del riesgo adjunto. Y ahora lo pagamos, con creces.
La cuestión es la gestión o pasividad de quienes administran mis euros. ¿No les puedo pedir ninguna responsabilidad por su ostentación (aeropuertos, estaciones,…inservibles), para su mayor gloria –captación de votos-, y cuya inutilidad pagaremos todos durante años?
Por su parte, los medios, también se han visto desnudos. No se puede poner una vela a dios y otra al diablo. ¿Cómo es posible que no existan tertulias verdaderamente plurales, debidamente moderadas y con el objetivo- no ya de captar audiencia- sino de informar? La impresión que dan es que su objetivo es exactamente el contrario, que sigamos en la penumbra. Por eso cobran mayor importancia las nuevas tecnologías, que nos permiten opinar, criticar, aportar, denunciar…Y por eso, ahora que las máscaras ya no venden, vemos la desnudez del rey y aún peor, la nuestra.

lunes, 9 de enero de 2012

del "bibe" al botellón

Un buen día, aprovechando las vacaciones, la mamá al volante conduce a toda la familia por la carretera de Valencia en busca de la playa. De repente, a la altura de Arganda, vigilando al tres ejes que viene detrás, descubre en el retrovisor a su hijo sentado en el asiento trasero. No hace tanto, "nuestras horas son minutos...", iba en su sillita homologada dándole alternativamente al “bibe” y al chupete y, con los ojos como platos, descubriendo el paisaje. La mamá sonreía y el papá no cesaba de lanzarle lecciones de dicción: “Agua”, decía el padre y, como si el eco le devolviese distorsionada su voz, repetía el nene: “Aba”. Así kilómetros y kilómetros que, “bibe” a “bibe”, le hicieron saltar de la sillita y ahora va, como manda la ley –pero sobre todo las multas- sujeto por el cinturón de seguridad. La mamá se sorprende cada vez que mira al espejo, pues en lugar del “bibe”, su retoño quema millas dándole a una consola última generación – alguien se la habrá comprado-, luce algo de pelusa en el bigotillo y marca pelo en cresta según la moda. Reconoce a ese bebé que ya no es, y se “auto-inculpa” por lo que debió ser. Porque además de la consola, la cresta en el pelo y los pies encima del asiento, el chaval lleva en su mochila personal siete “cates” como siete soles. Siete de diez, el 70%. Y eso que hasta ahora había aprobado todo. ¡ Qué extraño! Algo falla, piensa, y se vanagloria de haber echado una buena bronca a ese profesor que, tan desocupado estaba, no cesó durante todo el curso de preocuparse por él, bien dándole cariño, bien corrigiendo su actitud, que tanto vale lo uno como lo otro. ¿Pero quién se ha creído que es para interesarse tanto por mi hijo? Con ganas se queda de dar la vuelta a la altura de Tarancón para decirle otras “cuatro” cosas. Le mira una y otra vez, con la excusa de vigilar al camión, y trata de averiguar qué ha pasado el último curso- como si no existiera espacio entre el “bibe” y la consola- para semejante fracaso. Porque, ¡no creo que sea tan grave que salga todas las tardes con los amigos - los sábados de botellón-, no respete las normas que “no” hay en casa, no duerma las horas suficientes, no desayune la mitad de los días, no tenga ni idea de cómo estudiar y para qué va a ir a esas plomizas charlas donde se enseña, no haga las tareas y nadie en casa sabe si las hace o no, no atienda en clase y no deje atender a los demás, no cuide sus cosas, no...!, ¡No creo que sea tan importante, señor profesor! Menos mal que para eso estamos los padres- el padre cabecea en el asiento del copiloto, ajeno a cuanto ocurre a su alrededor sin ser consciente de que su hijo hace tiempo que perdió el “bibe”- y le llevamos a la playa contra su voluntad ; pero hay que enseñarle a sacrificarse, y ¡ bien le vendrán unos días sin hacer nada para olvidarse de ese colegio donde no aprende nada bueno!¡Y a fe que lo vamos a conseguir! Y el próximo curso, antes de nada, le diré cuatro cosas a ese impresentable para que sepa cómo ha de tratar a mi hijo y así evitar el fracaso escolar, que solo es culpa de ese imbécil y, sobre todo, de Zapatero. ....(1 de septiembre, dos meses después) EL profesor se acerca a un taller mecánico que, ¡oh, sorpresa!, regentan los padres de la criatura; él como jefe de empresa y ella como administradora. Sin encomendarse a nadie, se acerca a la señora y le espeta: ¡Vengo a cambiar las ruedas delanteras, así es que más vale que me las dejen bien equilibradas y con la presión exacta. Para ello, les informo de que deben situar el coche en el elevador, aflojar los tornillos con la llave del 14, sacar los neumáticos viejos....!Cuando ha soltado su perorata, en los dos segundos que aprovecha para coger aire, le advierten a dúo:¡ A ver si va decirnos usted como tenemos que hacer nuestro trabajo!

domingo, 8 de enero de 2012

escuela pública

maestrsos indignados vs maestros resignados

Desgraciadamente es así, el índice de fracaso escolar se mantiene e incluso aumenta. Y estoy de acuerdo en que debemos tomarnos en serio las propuestas de mejora, eso que se pone al final de las memorias pero que no siempre se retoma en el curso siguiente.
Hace tiempo que venimos exigiendo un cambio, que todos considereamos muy necesario, en el sistema. Y en ello estamos desde hace, ya, décadas, y ningún gobierno ha sido capaz de proponer y poner en práctica algo interesante. Nada nos hace presumir que esta dinámica de gobierno nuevo/ley de educación nueva/todo sigue igual, vaya cambiar en breve. Y menos, si todo lo que se nos ocurre es pelearnos por decidir quien tiene menos culpa.
Soy más partidario, sin embargo, en los cambios desde la base. Porque si esperamos a que la clase política solucione el problema educativo- otra cosa es que sea su competencia-, ¡vamos listos!
He insistido mucho en ello, y sobre ello vuelvo: el cambio ha de nacer en el aula, en mi aula, y de ahí en el claustro de profesores, en el consejo escolar...
Pero, ¡Houston, tenemos un problema! ¡A ver qué profesor, que no llega al centro a la hora, que está aquí porque tiene que haber de todo, que " a mí que me dejen vivir", " a mí que no me compliquen con papeleos". " a mí que...", tiene después agallas para exigir al jefe de estudios o al director! Y quienes cumplen, a ver dónde encuentran apoyo para intentar algo de algo en su centro.
Porque abundan los profesores acomodados, resignados, críticos en los blogs y en la barra del bar; pero en el claustro hay unos silencios que se cortan cuando se hacen propuestas o protestas; porque " a ver si voy a ser yo el malo de la película y sacarle las castañas del fuego al compañero", "si los interinos, o los provisionales, o los itinerantes o los de compensatoria,... tienen un problema, que se lo solucionen ellos solitos; yo no voy a hacer huelga por ellos...".
En todo el tiempo que llevo en la enseñanza he conocido pocos profesores verdaderamente indignados, no acomodados, con ganas de mejorar su pequeña parcela y, a partir de ahí, darle una mano de pintura al centro o al claustro o al consejo...Y si, cuando estos pocos indignados se dejan oir en una reunión, el resto calla- pero no otorga-, estamos haciendo un pan con dos tortas. ¿Cómo vamos a cambiar la educación si somos incapaces de cambiar algo mínimo en nuestro entorno? Si no somos capaces de criticar lo que se hace mal, por miedo a que nos contesten con el "Y tú más", no hay manera de avanzar.
Pertenecemos a un cuerpo muy heterogéneo, muy dividido y apático por demás. No hacemos nuestros los problemas de los compañeros: "bastante tengo yo con lo mío"...No nos hemos hecho valer, por esas razones, como cuerpo, a diferencia de los médicos o los abogados. En esto tienen mucho que ver los sindicatos y el papel que, no nos engañemos, todos les hemos dado.
En fin, es un cúmulo de errores que pasan, en todo caso, por cambiar los chips individuales y estar comprometidos con lo que hacemos. Se llega a ser mecánico o frutero por diferentes razones; a ser profesor solo por una: podrías dedicarte a muchas otras tareas, todas mejor remuneradas y con mejor horario, pero prefieres dedicarte a la educación. Y si no, como pasa cada vez más, estás fuera de lugar y por tanto, tu objetivo es acomodarte, resignarte y "ahí me las den todas", que tengo dos meses de vacaciones. ¡Y así nos va!
Los que nos dedicamos a lo que siempre habíamos deseado, no contamos las horas que faltan para el fin de semana o los días para vacaciones, porque tenemos la suerte de estar donde siempre quisimos y, ¡no es lo mismo estar trabajando que de vacaciones!, pero tampoco se está mal. Y eso con todos los problemas y sinsabores que uno se encuentra al cabo del día, que te dejan cara de ogro. Lo que no impide volver al centro al dia sigueinte con el mismo ánimo y las mismas ganas de cambiar, no el mundo, pero sí tu aula. ¡Que no es poco!

viernes, 6 de enero de 2012

Las cinco revoluciones: la educación

soy profesor

Soy profesor/a sin miedos y sin complejos


Soy profesor/a, y me honro de serlo y me enorgullezco de mi profesión. Sí, tengo dos meses de vacaciones y un horario de docencia directa bastante denso.

Soy profesor/a, trabajo en el aula y fuera de ella y la gente no lo sabe y a mí no me importa.

Sí señores, soy profesor/a, con oposición, pertenezco al cuerpo de funcionarios.

Soy profesor/a y no discuto los días de descanso de los bomberos, ni los de los funcionarios de prisiones.

Soy profesor/a y cuando voy al médico no le discuto su diagnóstico, sólo espero que me cure.

Soy profesor/a y cuando voy a mi abogado no le discuto de leyes, sólo espero que me defienda.

Soy profesor/a y cuando voy por la autovía, conduzco con confianza porque sé que la diseñó un ingeniero de caminos.

Soy profesor/a y vivo en una casa tranquila, la casa que proyectó en su día un arquitecto.

Y ustedes ¿quiénes son? ¿Por qué se atreven a decir que trabajo poco y mal?

Soy profesor/a y enseño cada día el camino a seguir para conseguir las competencias de una profesión.

Soy profesor/a y recojo cada curso a un montón de chavales de los que aprendo tanto como ellos de mí.

Y ustedes ¿quiénes son? ¿Por qué se atreven a decir que trabajo poco y mal?

Soy profesor/a y trabajo cada día con personas sensibles y frágiles porque aún no han alcanzado la madurez.

Soy profesor/a e intento inculcar trabajo, esfuerzo y dignidad para alcanzar el éxito personal.

Y ustedes ¿quiénes son? ¿Por qué se atreven a decir que trabajo poco y mal?

Me bajan el sueldo, me suben las horas de trabajo, me incrementan los alumnos en el aula…YO SÉ QUIÉN SOY

Pero… ustedes ¿quiénes creen que son?